En las redes sociales, a las que tiene acceso permanente solo una fracción de la población ecuatoriana y en ella los potenciales lectores de este artículo, hay mamás que defienden con vehemencia el uso de fórmula. Un argumento popular, que se repite en otros países, es que en su caso particular los sustitutos de leche materna salvaron la vida de su bebé en algún momento. Pero los defensores de la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses de vida no atacan la decisión muy particular de dar fórmula a un hijo, sino que se preocupan por la calidad inferior de la imitación industrial, la cual ha sido científicamente comprobada desde al menos 2004.
En primer lugar, aun cuando la dieta de una madre lactante no sea óptima, como regla general las inmunoglobulinas de su leche protege a su bebé contra infecciones gastrointestinales y respiratorias. En segundo lugar, aunque todavía no hay un consenso general sobre el impacto exacto de la fórmula infantil en la salud humana, como más tarde que temprano se alcanzó respecto de los efectos del cigarrillo, hay suficientes estudios científicos que vinculan su consumo con el sobrepeso, la obesidad y la diabetes. En parte, esto se debe a que la provisión de fórmula está relacionada con prácticas alimentarias específicas.
Como explica la nutricionista Daniela Flores, el estómago de un recién nacido es del tamaño de una cereza, y es en esa proporción en que debe comer y la razón por la cual lactan continuamente. En contraste, cuando se le da un biberón entero a un bebé de pocos meses para que duerma toda la noche, su estómago se expande y, por tanto, come más de lo que realmente necesita.
La agresiva promoción y publicidad de las farmacéuticas, productoras de fórmula infantil, logró que solo entre 2007 y 2014 las ventas de sustitutos de leche materna alcanzaran los $530 millones en Ecuador. En un reciente estudio, al menos 68% de los lugares de expendio observados promovían los sustitutos de leche materna a través de la reducción de precios, entrega de regalos y otros beneficios. No sorprende entonces que, según el mismo estudio, 76% de los niños menores de un mes y 60% menores de seis meses de edad hayan sido alimentados con fórmula, y la mitad de las madres declararan haber sido impulsadas en buena parte por los mismos médicos para hacerlo.
En mi trabajo de campo en zonas rurales con altos índices de pobreza me ha sorprendido ver, y es conversación común con otros investigadores o trabajadores de la salud, que las familias llegan a gastar dinero duramente obtenido en latas de fórmula. Además, para que la fórmula dure, es común que la diluyan en una cantidad mayor de agua a la recomendada. Es decir, encima de todo, los bebés alimentados con fórmula fuera del perímetro urbano más privilegiado no siempre reciben las calorías indispensables.
Varias creencias se relacionan con el fenómeno de remplazar la leche materna con una mezcla industrial: 1) Se me secó la leche; 2) No tengo suficiente leche; 3) Mi leche no es buena. Pero la humanidad ha llegado a rondar los 7 billones de habitantes con la fuerza inexorable de la leche materna en los primeros meses de vida de los humanos. Es decir, no es estadísticamente probable que estas creencias estén basadas en hechos. Puede ocurrir, pero solo excepcionalmente.
Idealmente, las políticas de seguridad social deben dar las garantías necesarias para que las mujeres puedan regresar a su puesto de trabajo en el nivel y con el cargo con el que salieron con un permiso de maternidad de al menos seis meses, y deben apoyar financieramente a aquellas que no trabajan o tienen trabajo precario.
No es coincidencia que en Estados Unidos, las mujeres de origen latinoamericano dan de lactar menos que las mujeres blancas o afroamericanas debido a que, según los estudios, asocian la lactancia con pobreza, sienten presión familiar, les da vergüenza, tienen ideas preconcebidas sobre el peso infantil, o les da temor o dolor. Con cierta frecuencia se habla en Ecuador de que un bebé está bien porque está “gordito”, algo que puede tener raíz en el conocimiento popular de que la acumulación de grasa permitiría a los bebés sobrellevar el rechazo de alimentos o la falta de apetito durante una lucha contra algún virus letal. Pero estos virus hoy se previenen con vacunas comunes o tienen buen pronóstico pues generalmente se atienden de manera adecuada.
Por supuesto, dar de lactar hoy en día no es tarea simple. Las madres que trabajan se encuentran en una injusta disyuntiva: sacrificar la carrera profesional o el ingreso familiar en lugar de dar de alimentar con su leche a un hijo. Extraerse leche es difícil y doloroso, y es común que se riegue durante la jornada laboral cuando la demanda es alta durante los primeros seis meses de lactancia. Entonces, dejar que se seque la leche es la opción más práctica.
Aunque es posible que estas discusiones hagan sentirse culpables a las mujeres que no dan de lactar de manera exclusiva o en absoluto, o que se interprete que se habla de ellas como un simple medio de alimentación, es crucial que continuemos impulsando la lactancia materna. Más bien, los directivos de empresas que no apoyan la lactancia materna y los políticos que no diseñan normas para promover y protegerla son quienes deben sentirse culpables.
Idealmente, las políticas de seguridad social deben dar las garantías necesarias para que las mujeres puedan regresar a su puesto de trabajo en el nivel y con el cargo con el que salieron con un permiso de maternidad de al menos seis meses, y deben apoyar financieramente a aquellas que no trabajan o tienen trabajo precario. Pero nuestra economía no puede sustentarlo.
No tengo una solución concreta pero, mínimamente, no podemos dejar de luchar hombres y mujeres para defender el derecho inalienable de alimentar a nuestros hijos con lactancia materna exclusiva los primeros seis meses de vida y, en complemento con otros alimentos, durante dos años.