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La vida bajo nuestros pies, una invitación a valorar el suelo

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La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, conocida como FAO, declaró que cada 5 de diciembre se celebre el Día Mundial del Suelo. Esta fecha nos invita a detenernos un momento y reconocer el valor de un recurso que, aunque a menudo pasa desapercibido, sostiene silenciosamente la vida agrícola y rural. Y es que, más allá del calendario, su importancia se hace evidente cada día en el campo, cuando lo observamos, lo tocamos y descubrimos que no es solo el lugar donde crecen los cultivos, sino un organismo vivo que se comunica con quienes lo trabajan.

 

El suelo, un organismo vivo que respira y enseña

 

El suelo siempre tiene algo que enseñarnos. Mientras caminamos y observamos los cultivos y la vegetación, podemos apreciar cómo sostiene cada planta y cómo en su color, textura, humedad e incluso en su olor se reflejan tanto los cuidados que recibe como los descuidos que, sin querer, dejamos acumulados. Y es que el suelo es un recurso vivo, respira, reacciona, se regenera y cambia según el manejo que le damos. Aunque no lo veamos, en su interior habitan organismos que trabajan silenciosamente para mantener su fertilidad y sostener la producción.

 

Aun así, y pese a que no siempre lo tratamos como se merece, sigue siendo el aliado fundamental de la producción agropecuaria y la base real de la vida rural.

En una de mis visitas técnicas, un productor comentó que el suelo “solo estaba ahí” y que todo empezaba con la semilla. Sin embargo, bastó una actividad sencilla para descubrir juntos que la presencia de lombrices, la estructura al tacto o la facilidad con que se infiltra el agua cuentan una historia completa sobre su estado y, por supuesto, su salud. Desde ese momento, comprendimos que trabajar la tierra sin conocerla es cómo manejar una finca sin entender el comportamiento del ganado.

 

Desde la ciencia, el suelo es un sistema complejo que brinda servicios ecosistémicos esenciales, que permite la producción de alimentos y materias primas, regula el ciclo del agua, almacena carbono, protege ecosistemas, resguarda nuestra herencia arqueológica y paleontológica y sirve de soporte físico para todas las actividades humanas. Por ello, su conservación es también una responsabilidad social.

 

Conservación y conocimiento local: un equilibrio necesario

 

Sin embargo, este recurso tarda siglos en formarse y puede deteriorarse en pocos años. La labranza excesiva rompe su estructura, la quema elimina la materia orgánica que lo alimenta, el sobrepastoreo deja expuesta su superficie, y el uso inadecuado de insumos afecta la vida microbiana que hace funcionar este sistema. Cuando estos procesos se combinan, el suelo pierde su capacidad de retener agua, se erosiona con facilidad y disminuye la producción de alimentos sanos.

 

Desde la carrera de Ingeniería Agropecuaria de la UTPL hemos profundizado en estas dinámicas a través del trabajo en territorio. En un estudio reciente, sobre la percepción de agricultores del sur del Ecuador, liderado por la Dra. Leticia Jiménez, identificamos que muchos productores reconocen indicadores de fertilidad como la presencia de lombrices, el rendimiento de los cultivos, el color y la textura del suelo, siendo estas señales cualitativas, transmitidas por generaciones, un factor valioso que revelan un conocimiento local importante y coherente con los principios edáficos.

 

Al contrastar estos saberes con la información científica, es evidente que no compiten, sino que se complementan. Mientras la ciencia aporta precisión, los agricultores observan cambios que el suelo manifiesta día a día y que, en ocasiones, anticipan procesos que los análisis de laboratorio apenas comienzan a mostrar. Por eso, preservar este conocimiento tanto técnico como ancestral es clave para un manejo adecuado y para optimizar las aptitudes productivas y ambientales del suelo.

 

Acciones simples que transforman la salud de la tierra

 

Como parte de mis recorridos he comprobado que decisiones, aparentemente simples, pueden transformar la productividad y la resiliencia de una finca. Acciones como evitar las quemas, reducir la labranza, mantener coberturas vegetales, incorporar materia orgánica y planificar rotaciones adecuadas marcan una diferencia real en la salud del suelo, quedando claro que un suelo vivo siempre devuelve más de lo que recibe.

 

Por ello, este 5 de diciembre no es solo un recordatorio en el calendario; es una invitación real a mirar bajo nuestros pies y reconocer que sin suelos sanos no existe producción sostenible ni bienestar rural que perdure en el tiempo. Que esta fecha nos motive a valorar, proteger y trabajar la tierra con respeto, entendiendo que en ella se sostiene nuestra forma de vida.

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