En menos de dos semanas, los más de 13 millones de ecuatorianos con capacidad de votar, iremos nuevamente a las urnas: nos espera un referendo y una consulta popular, para decidir tres cambios constitucionales (instalación de bases militares extranjeras, no financiamiento estatal a los partidos políticos y reducción del número de asambleístas) y resolver la convocatoria o no a una Asamblea Constituyente.
Como todo proceso electoral, impulsado por cualquier Gobierno, este se convierte en un termómetro político, en donde un triunfo significará mayor capital político para quienes llevan las riendas desde Carondelet y, una derrota, lo contrario e incluso algo peor, porque el desgaste se acelerará y puede llevar a una parálisis general del país.
Y justamente ahí está el corazón del tema. Las dificultades que afronta el Ecuador no pueden solucionarse con base en la mucha o poca aceptación del Gobierno de turno. Esas experiencias ya las hemos vivido y los resultados siguen siendo malos, porque la reactividad de los políticos puede empujar en una dirección nada práctica y espantar cualquier posibilidad de que el país siga caminando. Como se lo ha dicho en varias oportunidades en este espacio, hay sectores a quienes interesa el caos y que la institucionalidad del país no funcione, porque eso les da ventajas, se sigue trabajando para que el Ecuador deje de ser una democracia viable.
Los problemas que afrontamos, personas medianamente informadas, los pueden decir de memoria: excesivo endeudamiento, tamaño inadecuado de la burocracia, falta de atracción de inversiones, más formas de financiamiento estatal, crisis en la seguridad social (incluye las pensiones jubilares y el sistema de salud), la falta de retorno del Estado a las zonas que están tratando de ser recuperadas de los grupos del crimen organizado por parte de la fuerza pública, pocas oportunidades de trabajo, de una buena educación, de atención de salud, de vivienda digna, de infraestructura básica (agua y alcantarillado al menos) … Insisto, las dificultades y urgencias que se tienen son muchas.
Eso simplemente significa que eso es lo que tenemos que atender más allá de la posición política en la que estemos parados. Nuestros vecinos, más allá de sus líos políticos, económicamente avanzan. Basta mirar los resultados, por ejemplo, de Perú, que, ante los cuestionamientos a su clase política, sigue atrayendo inversión, capital, trabajo.
Hace 15 días, en este mismo espacio, preguntaba cuáles son los temas para la reforma política, si es que se convoca a una Constituyente y las respuestas fueron, una vez más, desalentadoras. O no se entienden las preguntas o se cree que las evasiones son una salida. No se trata de que una vez que se sepa si gana la propuesta gubernamental, cada uno presente sus ideas. Se trata de que tracemos tres o cuatro objetivos claros, viables, ejecutables frente al desafío y los problemas que todos los días son motivo de conversaciones.
Si no gana la Constituyente, por ejemplo, ¿nuevamente se pateará la pelota de la seguridad social hacia adelante? ¿Miraremos a otro sitio frente a la pobreza? ¿Seguirá la inequidad y la tolerancia a la impunidad? ¿Los temas de salud y educación continuarán en las mismas condiciones? Y las preguntas pueden seguir. Respuestas es lo que se necesitan.
Artículo publicado en EL COMERCIO, el 28 de octubre de 2025

