Cada 15 de octubre celebramos el Día Internacional de la Mujer Rural, una fecha que nos invita a reconocer y valorar el papel fundamental de las mujeres en nuestras comunidades. En Ecuador y el mundo, estas mujeres son el corazón de la agricultura familiar, responsables de más del 60 % de los alimentos que llegan a nuestras mesas, según la FAO (2021).
Día a día combinan el conocimiento ancestral con la innovación para garantizar la sostenibilidad de sus cultivos, conservar semillas nativas y mantener vivas las tradiciones que dan identidad a sus comunidades. Sin embargo, a pesar de su importancia, las mujeres rurales enfrentan numerosos desafíos que limitan su desarrollo y el de sus familias.
No es novedad ver que muchas mujeres del campo aún enfrentan limitaciones para acceder a la tierra, al financiamiento, a la capacitación técnica y a la tecnología moderna, factores que frenan su potencial productivo y reducen su participación en la toma de decisiones. A ello se suman las barreras culturales y educativas que, en muchos casos, les impiden acceder a programas de formación y ocupar espacios de liderazgo donde su voz también debería ser escuchada.
La FAO indica que en América Latina y el Caribe, las mujeres representan el 36 % de la fuerza laboral agroalimentaria, desempeñando un rol clave desde la producción hasta la comercialización de alimentos y, aun así, su trabajo muchas veces permanece invisibilizado.
En muchas comunidades rurales he visto cómo las mujeres enfrentan jornadas interminables, combinando el trabajo en el campo con las tareas del hogar, siempre con una entrega y fortaleza que sostienen la vida en el campo. Frente a esta realidad, no podemos permanecer indiferentes. Considero urgente valorar su esfuerzo y derribar las barreras que aún les limitan el acceso a la educación, a los recursos, a la tecnología y a los espacios donde se toman las decisiones que también las afectan.
Ante estas desigualdades y la falta de oportunidades, las universidades y centros de formación tenemos la responsabilidad de acercar la educación a la realidad de estas mujeres, diseñando programas realmente inclusivos, con modalidades flexibles, becas y acompañamiento continuo. Solo así podremos asegurar que más mujeres del campo puedan formarse, fortalecer sus capacidades y hacer que su voz se escuche en los procesos que definen el rumbo de sus comunidades.
La educación y formación son, sin duda, herramientas poderosas para transformar vidas, vivencias y experiencias. En diferentes zonas muestran que, cuando las mujeres del campo acceden a conocimientos técnicos y aprenden a gestionar sus recursos, no solo mejoran su productividad, sino que también fortalecen su autonomía, desarrollan liderazgo y logran el reconocimiento que merecen en sus comunidades.
En este contexto, la Universidad Técnica Particular de Loja, se enorgullece de aportar mediante su modalidad de estudios a distancia, que acerca la educación superior a cada rincón del país. Gracias a este modelo, hombres y mujeres pueden continuar su formación sin dejar sus responsabilidades diarias, accediendo a herramientas que fortalecen sus capacidades y les permiten contribuir activamente al desarrollo local.
Revalorar el trabajo de la mujer rural implica reconocer su esfuerzo, brindarles oportunidades de formación y generar políticas que garanticen su participación plena, ya que en sus manos está la fuerza que alimenta al mundo, la sabiduría que cuida la tierra y la esperanza que sostiene el futuro de nuestras comunidades. Acompañarlas, visibilizarlas y abrirles caminos no es solo un acto de justicia, es apostar por un campo más equitativo, sostenible y lleno de vida.