Estamos a tres días de cumplir un mes desde que comenzaron las protestas. Una vez más, los sectores sociales, encabezados por los indígenas agrupados en la Conaie, son quienes han empujado el cierre de vías, esta vez en Bolívar, Cañar, Chimborazo, Imbabura y Pichincha; han dificultado la evacuación de enfermos; el ingreso de alimentos y convoyes de ayuda a los ciudadanos que están sitiados; los negocios de distintas ciudades tienen dificultades para trabajar normalmente; por los riesgos, centenas de niños y adolescentes han vuelto a sus clases en línea; las pérdidas ya suman millones (y ellos también resultan afectados); el ambiente político está crispado…
Pero también son ellos quienes han puesto a su propia gente en riesgo. La fuerza pública está actuando con firmeza y, de acuerdo con algunas organizaciones de Derechos Humanos, con excesivo uso de la fuerza. Hay arrestos y manifestantes enviados (aunque ya los llevaron de vuelta) a cárceles en otras provincias, enfrentan la posibilidad de ser enjuiciados por terrorismo, que se sanciona con cárcel por décadas. Son víctimas de la violencia que han provocado los infiltrados que dicen tener en sus propias organizaciones, que agita más el ambiente, y que debieran ser identificados rápidamente para tratar de calmar los ánimos.
Los discursos han sido confrontativos. El presidente de la Conaie desafía al Estado en su conjunto, al ampliar y querer imponer una agenda que, según dice, es la que quiere el país. Al mismo tiempo, las encuestas hablan de que la gente solo le interesa trabajar. El presidente Noboa, que debió soportar que su vehículo sea apedreado en el sur del país, movilizó militares a Quito para proteger la capital, ante las marchas del domingo, luego de permanecer varios días con la sede de gobierno en Latacunga.
En medio de este caos y de esta locura, que empezó por la eliminación del subsidio al diésel y ahora ya incluye temas como la reducción del IVA del 15 al 12%, la excarcelación de detenidos durante las protestas y el rechazo a la consulta popular y referendo del 16 de noviembre, entre otros pedidos, ¿dónde quedó el diálogo? Olvidado, es lo último que parece que se quiere hacer y esto solo muestra la división, la polarización y la intolerancia que no se logra superar -y que no se conseguirá en breve y peor fácilmente-.
Si bien ha habido llamados para sentarse en una mesa, por parte de diferentes sectores, no parece haber intenciones de comenzar con la conversación y la negociación frente a frente, como normalmente debiera terminar cualquier problema.
¿Por qué? Fácil: porque políticamente es más rentable tener a los países entretenidos en este tipo de temas o, incluso, en debates poco importantes, mientras se agotan los recursos (tanto económicos como de personal) para intentar mantener control en las ciudades, se desacredita la institucionalidad, se cuestiona la democracia, se generan mayores distancias entre los ciudadanos, crece el desinterés en muchos sectores. En suma, seguimos apoyando a quienes les conviene el caos. Y eso tiene nombre y apellido: los sectores vinculados a la criminalidad que reina en el país.
Artículo publicado en EL COMERCIO, el 15 de octubre de 2025