Después de casi tres horas de intensas conversaciones, Trump y Putin se presentaron ante la prensa alabando el “diálogo constructivo” alcanzado, aunque sin revelar acuerdos tangibles. La ausencia de compromisos concretos, como un alto al fuego o medidas diplomáticas inmediatas, dejó claro que, más allá de palabras, el encuentro no redefinió el rumbo del conflicto.
Durante la rueda de prensa, Putin describió el ambiente como un intercambio respetuoso y propuso que la próxima reunión se realice en territorio ruso, lo que sugiere que Moscú busca proyectar confianza y control. Además, la sensación generalizada es que, al no involucrar a Ucrania directamente y carecer de objetivos firmes, Rusia reafirmó su fortaleza en la mesa diplomática.
Aunque Trump mencionó una posibilidad de traer a Zelenski a una futura cumbre, esa fase aún no fue acordada ni respaldada por Rusia, lo que deja al país ucraniano fuera de los espacios clave de negociación. En síntesis, la cumbre fortaleció la narrativa rusa de estar en posición de poder, mientras que Occidente mantiene una incómoda espera.
Se puede afirmar que, más allá del discurso conciliador, la cumbre no presentó avances diplomáticos concretos hacia una solución del conflicto en Ucrania. Por el contrario, la dinámica favoreció la narrativa rusa, al consolidar su postura sin ceder en territorios ni comprometerse a mecanismos inclusivos. La invitación de Putin para realizar una futura cumbre en Rusia refuerza esa impresión de que el Kremlin se ve en control del diálogo.