ROMA. El Vaticano vuelve a ser el centro del mundo católico. Tras la muerte del Papa Francisco, la Capilla Sixtina ha sido clausurada una vez más para dar inicio a uno de los rituales más solemnes y enigmáticos de la Iglesia: el cónclave para elegir al próximo Pontífice.
A partir del miércoles 7 de mayo, 120 cardenales electores se reunirán a puerta cerrada para escoger al 267º Sucesor de Pedro. La fecha fue definida durante la V Congregación General, tras la conclusión de las Misas de sufragio por el eterno descanso de Francisco.
Este cónclave ocurre en un momento especialmente delicado para la Iglesia. La crisis de credibilidad derivada de escándalos de abusos aún no resueltos, el avance de la secularización en muchas regiones del mundo y las tensiones internas entre sectores progresistas y conservadores marcan el contexto en el que se elegirá al nuevo Papa.
El elegido deberá decidir si continúa con el camino de reformas iniciado por Francisco o si gira hacia una postura más tradicional. En cualquier caso, su liderazgo no solo definirá el futuro espiritual de más de 1.300 millones de católicos, sino que también tendrá repercusiones en el escenario político, social y cultural global.
El proceso podría extenderse varios días, con votaciones sucesivas hasta alcanzar la mayoría necesaria. Cada humo blanco que se eleve no será solo una señal: será una promesa, un símbolo del rumbo que tomará la Iglesia en un mundo en transformación.