Por el año 1815, las guerras contra la invasión de las tropas de Napoleón habían dejado hambre y devastación en los Alpes austriacos, más exactamente en Salzach, cerca de Oberndorf, frontera entre Baviera y Austria. Las inundaciones y las malas cosechas agravaban las dificultades.
Y para colmo de males, los ratones habían roído los fuelles del órgano de la iglesia de San Nicolás de Oberndorf. Nada parecía funcionar en esa Navidad.
Joseph Franz Mohr, un pastor auxiliar de 26 años, atraviesa el campo nevado en la mañana de Nochebuena. Es el año 1818, y en un bolsillo encuentra un trozo de papel con un poema que había escrito dos años antes: “Noche de paz, noche de amor”, en alemán “Stille Nacht, heilige Nacht”.
Cuando se pierden se aprecian: paz y armonía
Mohr acude a su amigo, el profesor y organista Franz Xaver Gruber, y le pide escribir una melodía para el texto en un abrir y cerrar de ojos, y a dos voces con acompañamiento de guitarra, ya que el órgano había sido dañado. Por la tarde, justo a tiempo para la misa de Navidad, la obra está terminada.
Mohr canta el tenor, Gruber toca el bajo y los asistentes de la iglesia de San Nicolás de Oberndorf quedan encantados. Esta canción le devolvió a los habitantes de la región lo que tras la guerra ya no creían que existiera: un mundo en paz y armonía. Este villancico fue consuelo y esperanza para las almas maltratadas por la invasión napoleónica.
“Noche de paz, noche de amor”: un eterno hit
Así va una de las estrofas:
Noche de paz, noche de amor,
oye humilde el fiel pastor,
coros celestes que anuncian salud
gracias y gloria en gran plenitud…
Así, desde hace 204 Navidades esta canción, escrita originalmente en alemán, le da la vuelta al mundo. La familia de cantantes tiroleses Rainer se la cantó al zar ruso Alejandro I y al emperador austriaco Francisco I. En la que hoy es Alemania se estrenó en Leipzig en 1831. Ocho años después, en Nueva York.
Desde 2011, “Noche de paz” figura incluso en la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO.
Mohr, socorrista de los pobres
Joseph Mohr no se enteró del entusiasmo mundial que generó con su villancico. Como hijo ilegítimo de una tejedora y de un mosquetero desertor, mandó a construir junto a la iglesia de Wagrain, su última estación como pastor, un refugio para los ancianos necesitados que – tras cumplir su tiempo de trabajo como peones – eran abandonados a su suerte y expulsados de la granja.
También construyó una escuela y vendió su vaca para pagar los libros de los niños. Cuando Mohr murió a los 56 años, fue enterrado en la tumba de uno de los indigentes que él socorría. Hoy en día, miles de turistas peregrinan anualmente a la capilla de la Noche de Paz de Oberndorf.
Hoy, este cántico sigue siendo un bálsamo para los habitantes de un mundo al parecer cada vez más inseguro, violento e injusto. Su letra y su música logran la magia de poner a los escuchas en un estado de reflexión, y por lo menos de reconciliación consigo mismos.
(er)
Texto DW