El escritor español Benito Olmo ha dedicado dos años y medio a los libros robados por los nazis y al trabajo de bibliotecarios como el alemán Sebastian Finsterwalder por rastrear esas obras y devolverlas a las familias de las victimas o las instituciones a las que pertenecieron. De este esfuerzo nació su novela Tinta y fuego que se publica este miércoles en España.
La historia empezó cuando Olmo leyó una noticia en un diario acerca de una mujer que, en Barcelona, había recibido desde Berlín un libro que había pertenecido a su padre cuando éste era un crío.
“Entendí de inmediato que allí había una historia y empecé a investigar”, dijo a EFE Olmo en la Biblioteca Central de Berlín, el lugar donde fue detectado el libro.
Más de 1000 libros devueltos
El correo que había recibido la mujer, para anunciarle el envío del libro, estaba firmado por Finsterwalder y Olmo viajó a Berlín a hablar con él y terminó convirtiéndolo en personaje de su novela.
“Hemos devuelto entre 1000 y 1200 libros”, explicó Finsterwalder a EFE. “Las devoluciones en sí no son espectaculares, lo que es espectacular es la vida de la gente a la que pertenecieron los libros. Siempre interesa saber si las personas que fueron perseguidas lograron salir de Alemania, si sobrevivieron o si fueron asesinadas”, dijo.
En la oficina de Finsterwalder hay una fotografía de dos placas de cobre frente a la casa de Berlín donde vivieron Jacob y Agathe Käthe Kahn, ambos deportados en 1942 y asesinados el mismo año en Theresienstadt. Finsterwalder pidió instalar la placa en el marco del proyecto del artista Günter Demmnig para devolver sus nombres a las víctimas del Holocausto.
Antes la oficina de este bibliotecario había logrado ubicar a una sobrina de los Kahn, que vivía en Suecia y a la que retornó cerca de 40 libros, la mayoría de los cuales ella donó al Museo Judío de Berlín. Sin embargo, no en todos los casos se logra ubicar a descendientes de libros robados. Muchas veces ni siquiera llega a saberse quién era el dueño de un libro determinado. “Hay también libros que nunca sabremos que fueron robados”, afirmó Finsterwalder con resignación.
Propietarios desconocidos
En otras bibliotecas de Alemania y de Europa hay bibliotecarios que, al igual que Finsterwalder, se ocupan de rastrear libros robados.
Tienen que empezar por revisar cada ejemplar con pie de imprenta anterior a 1945 y ver si han tratado de borrar huellas que pudieran llevar a sus propietarios originales.
A veces se trata de un exlibris arrancado del que queda algún resto que pueda llevar a reconstruirlo.
Tal es el caso de Clara Jonas. “Todo apunta a que este libro es de Clara Jonas pero no hemos podido averiguar quien era Clara Jonas”, indicó Finsterwalder.
Toda una biblioteca perdida
Olmo empezó con la historia de la mujer de Barcelona que había recuperado el libro de su padre que nunca había querido hablar de su pasado y a partir de él empezó a reconstruir la historia de la persecución. Pero eso sólo fue el comienzo, ya que a medida que fue investigando se dio cuenta que la historia era mucho más grande y que abarcaba varios países de Europa.
“Al principio creía que los libros robados eran los libros que la gente iba dejando atrás cuando tenía que huir o era detenida”, explicó.
“Sin embargo cuando empecé a investigar me di cuenta que la dimensión era mucho más amplia y no se limito solamente a Alemania sino a toda Europa. Allí donde avanzaba el Ejército alemán llegaba el departamento dirigido por (el jerarca nazi) Alfred Rosenberg a saquear toda colección pública o privada que cayera en sus manos”, agregó.
Así llegó al tema dedicado en su obra -publicada por el sello NdeNovela del Grupo Planeta- a la Biblioteca de la Comunidad Judía de Roma, que ha desparecido en su totalidad y de la que todavía no hay rastros.
“En Italia había dos grandes bibliotecas judías. La biblioteca del colegio rabínico y la biblioteca de la Comunidad Judía. En 1943 dos trenes partieron de Roma con destino a Berlín para llevar esas bibliotecas. Uno de ellos llegó pero el otro no y nunca se ha sabido lo que pasó con él”, relató Olmo.
En la novela se sigue esa huella mientras al lado del despacho de Finsterwalder hay una habitación llena de libros, algunos bajo sospecha y otros ya identificados como robados por los nazis que están a la espera de ser devueltos a los propietarios legítimos.
Texto original de Infobae