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El pensamiento de Jaime Breilh fue reconocido con un Doctorado Honoris Causa en Argentina

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El colegial Jaime Breilh fue muy aplicado en su bachillerato como físico matemático, pero desde ese entonces ya se perfilaba su pasión por estudiar la vida y la biología. Fue cuando ingresó a la Universidad Central que tomó otro rumbo.

Fue cuando las luchas sociales encontraron eco en su día a día. Sintió que debía enrumbarse en un camino que pueda juntar sus pasiones: la salud y los derechos sociales. Por ello, escogió medicina.

Emprendió proyectos de investigación con comunidades, perfilándose hacia su especialización en epidemiología. Desde entonces, sus lecturas se entretejían entre la medicina y las ciencias sociales.

En su caminar entre sus estudios de posgrado, sus proyectos de investigación y la cátedra, Jaime Breilh ha ido construyendo sus propias postulaciones, nutridas con planteamientos de otros pensadores de América Latina.

Sus aportes a las ciencias médicas han sido recogidos en diversos libros y publicaciones. Uno de ellos, el libro Epidemiología crítica, fue editado en Argentina y sirve como texto de consulta para profesionales y estudiantes.

Asimismo, su reciente publicación Epidemiología crítica y la salud de los pueblos -que está originalmente en inglés- y cuenta con el sello editorial de la Universidad de Oxford.

En reconocimiento a su trayectoria y a sus aportes a la epidemiología crítica, la Universidad Nacional de Mar del Plata, de Argentina, le otorgó en mayo el doctorado honoris causa porque “instauró un nuevo paradigma para la comprensión de la salud”.

A propósito de este reconocimiento internacional, presentamos una entrevista con el docente y actual director del laboratorio CilabSalud, Jaime Breilh Paz y Miño.

La propuesta que usted plantea a través de la epidemiología crítica es analizar el tipo de vida y los entornos que determinan la salud de las personas. ¿Cómo empieza usted a vislumbrar los determinantes sociales?

Ahí hagamos una corrección que es bien importante. La OMS usa el concepto determinantes sociales. Es la visión de la OMS, inducida por un grupo de científicos europeos.

Pero en América Latina, yo fui parte de los proponentes de la determinación social de la salud. ¿Cuál es la diferencia? La determinación social es el concepto que yo lancé y publiqué en el año 79.

Los determinantes hacen referencia a las causas de una enfermedad. Pero justamente yo cuestiono el causalismo, porque lleva a actuar sobre este pedacito, y no sobre cambiar el sistema que lo genera. Hemos hecho una crítica a la cuestión de los determinantes. ¿Por qué? Porque nosotros necesitamos una acción de fondo.

Si usted me dice, cambio climático. Ese es un profundo problemón para la salud. Pero si al cambio climático le divido, le fracciono y digo que entre las causas está la acumulación de plásticos. ¿El problema es solo empezar a recoger plásticos? ¿Y reciclar los plásticos? Claro que hay que reciclar, recoger y limpiar los botaderos de plásticos.

¿Pero por qué se vierten toneladas de plásticos? Porque hay un sistema económico político al que le resulta más barato trabajar con plástico. Le resultó toda la vida más barato y así potenció sus mercancías que se ven adornadas de plásticos, y nosotros somos productores de plástico, como consumidores.

Entonces, explicar la determinación social justamente es ir al sistema que se implanta, desde un poder hegemónico.

Exactamente. Es conectar el sistema social, caracterizarlo con rigurosidad, porque este sistema genera lo que yo llamo procesos críticos para la salud. Esos procesos empiezan en lo general, en las grandes políticas. Empiezan en el modelo económico, en el neoliberalismo. Ahora estamos hablando del hiperneoliberalismo, gracias a la tecnología 4.0. Es el mismo neoliberalismo en esencia, pero acelerado, porque la tecnología le da una capacidad de acumulación de capital privado enorme.

Y claro, esto produce concentración de recursos. Hay dueños de empresas que ganan trillones de dólares por mes. Es tan grande la concentración que tiene una capacidad de incidir sobre el planeta entero. ¿Qué produce esa estructura? En la vida concreta, estamos organizados por clases sociales, por diferencias de géneros, por diferencias etnorraciales.

Unas clases son más vulnerables; otras son menos vulnerables. Unas clases son más expuestas a los procesos destructivos; otras menos expuestas a nivel particular. Y eso, al final, lo vemos en el individuo, en los cuerpos, en las mentes concretas. Eso es lo que yo llamo el pico del iceberg.

Lo que vemos en el hospital es el pico del iceberg. Entonces, hay que trabajar con el hospital, y hay que atender lo que ya se ha presentado. Pero ese es el final de un proceso complejísimo de producción.

Los hospitales serían mucho más eficaces y eficientes si es que tuviesen un sistema propicio. O sea, si es que no hubiese esa gran determinación que nos lleva a toda la problemática. Esa es la conexión que hemos hecho nosotros, y por ahí creo yo que está el valor de esto, que tampoco empieza con nosotros, de manera alguna, con mi generación.

¿Y si no es con usted, con quiénes empezó esta visión?

En mis clases de epidemiología les demuestro que en Ecuador ya teníamos epidemiólogos críticos en un Espejo. Espejo, al ser un revolucionario, era integral, era además un luchador por la educación, por la transformación de la universidad. Era un luchador por el periodismo combativo, la comunicación crítica. Y entre otras cosas, fue un desarrollador, yo le digo es el padre de la epidemiología crítica.

Y después un Ricardo Paredes. Un Pablo Arturo Suárez que ya hablaba de las clases sociales y la tuberculosis. Ricardo Paredes decía cuánto está destruyendo a la población de trabajadores la explotación minera de la Ming Company que estaba en ese entonces en Zaruma, en el Sur del país, y su Oro y sangre en Portovelo es un libro epidemiológico que le hace ser tal vez uno de los fundadores de la epidemiología laboral crítica de América Latina.

En la actualidad, ¿cómo incidir, desde este espacio académico, para que se produzcan cambios en la sociedad?

Bueno, cada uno en su trinchera. Yo diría, nosotros los académicos, qué hacemos, los que estamos luchando desde la Universidad. Primero, luchar porque cambie la universidad y no sea un negocio, una fábrica educativa. Que sea un centro de pensamiento.

Nosotros hemos hecho una experiencia en el caso del Área de Salud, que yo contribuí a formar en el 2007 cuando fui director del Área. Ha sido salir con una visión distinta de la salud. O sea, no estamos en contra de los hospitales. En absoluto. De hecho, ahora justamente estamos trabajando para ver si podemos incidir sobre la formación de gente que va a ir a los hospitales. Porque esos médicos tienen que tener una formación distinta y, además, existe un burnout del 47%. Están quemados los médicos. ¿Cómo atienden un paciente?

Además, un sistema que les da 10 minutos por paciente.

Esto es lo que aquí demostramos. El rato que hubo una decisión de aumentar la demanda y favorecer el aumento de la demanda, esa multiplicación brutal del número de pacientes por médico se atendió sin dar un cambio administrativo del hospital. El mismo sistema de antes, sin subir el sueldo y tampoco sin emplear muchísimos más, sino pocos más. Entonces, eso cayó sobre los hombros y el efecto es que teníamos en Cuenca –yo seguía tres hospitales de Cuenca- burnout del 47% del personal.

Entonces, ese personal desmotivado, cansado, fatigado ¿cómo va a atender integralmente a su paciente?  Además, sin tiempo. Tiene que atender 20 pacientes por hora.

En definitiva, su pregunta es ¿qué se hace? Porque esto hay que cambiar. Hay que tener la esperanza de que la juventud tenga otra visión. Yo noto cómo nuestros estudiantes se motivan cuando escuchan y yo les doy datos duros de ciencia.

Por eso, usted plantea las cuatro “S” de la vida.

Desde mi perspectiva de médico, de epidemiólogo, para mí la gran política es lo que está en el centro de lo que sí o no es la salud y la vida, lo que proteja la vida. Es una manera distinta a lo que se suele llamar la biopolítica.

Si no somos sustentables como sociedad, o sea, si hemos acabado con el agua, si hemos acabado con los recursos vitales, si hemos tronado el genoma ¿qué vida va a haber?

Segundo, tiene que ser soberano. Mientras nos estén mangoneando desde afuera qué es lo que se debe hacer, estaremos en manos de los grandes poderes de afuera que quieren que seamos países de quinta, que hagamos todo lo que sea conveniente para ellos. Que seamos su mercado y no tengamos una capacidad desarrollada.

Tercero, si no somos solidarios. O sea, si no es un mundo de construcción de equidad de género, equidad racial, de equidad económica, equidad social de acceso pleno a todo lo que es, lo que se necesita para un vivir bien, para un sumak kawsay.

Y cuarto, la seguridad, la bioseguridad integral de la vida.

¿Cómo podemos identificar si se lleva una práctica de las 4S y no un efecto de marketing asociado a la responsabilidad social a través de la cual las empresas buscan pagar menos impuestos?

Se han mercantilizado los valores. Y eso es peligrosísimo, porque es el lobo vestido de cordero.

Por ejemplo, se habla de que estamos haciendo agricultura orgánica. Y ahora, la mayor proporción de orgánicos son de empresas, porque es una cosa de costo beneficio. Quitaron algunos trazadores de toxicidad, produjeron un producto, pero siguen siendo empresa privada, concentradora, explotadora de la fuerza de trabajo; amenaza los ecosistemas comunitarios, amenaza a las comunidades y su cultura.

¿Por qué cree que ganó Bolsonaro en Brasil? ¿Por qué cree que ganó el Brexit si salía Inglaterra? ¿Por qué ganó Trump en tres estados que eran demócratas toda la vida? ¿Por qué perdió la consulta a los californianos si etiquetaban o no los alimentos peligrosos con transgénicos?

Porque hubo inversiones de las grandes empresas que hicieron un trabajo por las redes, y ahora con toda la potencia de inteligencia artificial hacen un diseño personalizado a diez millones de gentes. La inteligencia artificial es perversa en el control político, cultural.

¿Por eso usted también habla de la determinación cibernética?

La determinación cibernética es potentísima. Por ejemplo, los niños de Suecia han perdido capacidad de razonamiento, no tienen personalidad. No tienen relaciones humanas, están vulnerables al suicidio. Suecia está tan escandalizada que lo prohíbe radicalmente. Extirpó todos los computadores que ellos mismos habían montado.

Entonces, necesitamos cada vez más universidades críticas, que no sean supermercados de títulos, que no se burocraticen. Que tengan una visión grande de la vida, que no sean negocios solamente.

¿Qué significa para usted recibir este doctorado honoris causa de parte de una universidad argentina?

Fue una sorpresa hermosa. Un espaldarazo súper bueno, además con una proyección que es que no es un reconocimiento solo individual. Es también un reconocimiento a lo que esto ha generado en la propia universidad, en donde han empezado a hacer un cambio de la formación de los médicos a partir de esto. Que no soy solo yo el único. En Argentina, México, Colombia hay gente valiosa que ha hecho aportes enormes a la salud colectiva.

Además, tiene incidencia en los estudiantes, en los colegas de las universidades argentinas.

Yo sí creo que hemos contribuido a cambiar el pensamiento junto a otras gentes de América Latina. Somos un grupo de mi generación que hemos sido fuertes en producir en diversos campos. Unas veces es en la epidemiología, en otras ha sido en otros campos. Y hemos ido creando una masa crítica de pensamiento. Y ahora resulta que Lancet está diciendo que por ahí está el camino y es la revista de la ciencia más reconocida del planeta.

Eso nos da la pauta para tener más esperanzas de que sí es posible empezar a redireccionar los caminos.

Yo creo que lamentablemente al mundo le va a pasar lo mismo que a los fumadores. Yo era fumador. En México, en la época de cuando yo hacía la maestría, yo fumaba tres de tabaco negro. Traté de dejar de fumar. Lo que me hizo a mí dejar de fumar es el miedo. Cuando me empecé a ahogar. Yo soy deportista y empecé a rendir mal y a ahogarme. Entonces, me dio miedo.

Yo creo que si la humanidad tiene un poquito más de miedo, vamos a tener que cambiar. Porque lo que está pasando en el planeta es que nos estamos yendo de una manera muy grave al fin de la especie.

Signos alarmantes: un tercio de Yakarta, la capital de Indonesia, ya está bajo el mar. Se calcula que hasta el año 50, un tercio de toda la franja chilena estará bajo el mar. ¿Eso qué es? Uno de los síntomas de que el planeta está diciendo que no da más, no aguanta más.

¿Cómo despertar?

Cada uno en su trinchera. Yo no he parado de trabajar. No dejar de hacer las cosas lindas de la vida. Mi ciclismo yo no lo paro. Estar con mi familia.

Yo creo que cada uno en su trinchera. Ustedes, comunicadores tienen muchísimo que hacer. Y ahí tienen los mismos miedos y desafíos que tenemos nosotros.

Hay que no parar. Y tratar de hacer el mayor eco posible, donde se pueda construir. Es muy difícil, incluso en medios informados. ¿Qué hacer para despertar? Necesitaríamos un aparato político serio, profundo, no oportunista, no personalista, generoso, que construya realmente una política, donde la mayoría consciente logre tener una fuerza para poder cambiar las cosas. No perder la esperanza.

Pero yo creo que el miedo nos va a empujar más rápido, porque ya hay señales que -para quien tenga un poquito de conocimientos- son terriblemente tenebrosas. O sea, no necesitamos que sea un esteroide que ya viene a la Tierra. No. Ya tenemos el asteroide aquí.

 

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