En los últimos tiempos mucho se habla de la deconstrucción de conductas y lenguajes con relación al vínculo entre géneros y al posicionamiento de conductas que otrora fueran comunes y hoy en día no son bien vistas.
Muchas acciones se han modificado con relación a este tema en el devenir social actual. Nuestra relación con los animales, sobre todo con los de compañía o afecto, no escapa a estas modificaciones necesarias a la hora de poder resumir vínculos y procederes actuales.
De esa forma y en ese sentido, la palabra mascota debería ser desterrada de nuestro lenguaje habitual ya que su significado estricto es el de talismán, cosa o elemento que da suerte y cualquiera que se relacione con un animal de compañía, ya sea perro o gato, sabe fehacientemente que un animal nos da mucho más que suerte, nos da amor recíproco, contención, afecto, compañía, pero la suerte, más allá de cualquier superstición, resulta muy insignificante con relación a todo lo que conlleva nuestra relación mutua.
Otra de las palabras que tendríamos que modificar en nuestro lenguaje cotidiano es dueño, ya que se es dueño de una cosa y no de un ser vivo, una persona no humana, sensible, sintiente y sufriente, un verdadero sujeto de derecho del que somos simplemente tutores ante su incapacidad legal.
Somos los tutores legales de los animales de nuestro entorno afectivo y sus compañeros de ruta en la convivencia con ellos.
Todos tenemos mano derecha y mano izquierda, lo cierto es que en la mano que elijas, no importa cuál, tienes las condiciones para ser un tutor responsable de animales de compañía.
Lo primero que tienes que tener son ganas. No es un legado tener un hijo, primero un hijo varón, después una mujer y, por último, comprarte un perro labrador. No. Si no tienes ganas, no lo tengas porque lo fundamental es tener las ganas, la necesidad de convivir con un animal de compañía. Las ganas son siempre el primer paso fundamental.
Lo segundo es tener tiempo. El tiempo suficiente, sobre todo en el perro, para dedicarle a pasear, a jugar, a tener afecto con él, a crear una rutina, a que se adapte a tu convivencia y al lenguaje del perro. Ganas y tiempo.
Espacio. Otra cosa importante. A un San Bernardo le queda chico el monoambiente o el microambiente, salvo que vos lo compenses con tiempo, sacándolo a pasear cinco veces por día.
Pocas personas tienen ese tiempo para dedicar a un animal, poca gente lo puede hacer, por lo tanto, piénsalo seriamente a través del cuarto dedo que es el conocimiento. Asesórate.
Qué cosas raras somos los seres humanos, cuando vamos a comprar un auto, que es una máquina, yo tengo un mecánico amigo que me recomienda. Cuando vamos a adoptar un animal que 15 años nos va a acompañar en una interacción biológica, dinámica y cambiante, no nos asesora nadie.
Nos agarró unas ganas al navegar en internet y se terminó el tema. No es tan fácil. Y, por último, el consejo más chiquito, los recursos necesarios para sostenerlo, para darle de comer, para darle cobijo, para comprarle sus accesorios y para su atención sanitaria.