Con el fin de comprender por qué Jesús de Nazaret fue crucificado, es necesario revisar las condiciones del contexto histórico en que esto ocurrió. La región del Medio Oriente en la cual se desarrollaron los eventos fue un lugar convulso y oprimido por los gobernantes. Resultó de esta manera debido a que Roma, en su extensión imperial, se impuso a los pueblos sometidos a través del rigor de la obligación.
Durante ese tiempo se dieron importantes alianzas económicas y políticas entre los miembros de la elite y los dominadores. Al margen de estos movimientos estaba el resto del pueblo, quien padecía el desgaste de la situación.
Sin embargo, mientras que todo esto sucedía, una mentalidad mesiánica ya se había comenzado a gestar, cuando menos 500 años antes del nacimiento de Jesús de Nazaret. La idea era que llegaría un salvador a redimir todo el sufrimiento que el pueblo había experimentado hasta ese momento. En el contexto dado se desarrollaron todas las etapas de la vida de Jesús.
Un problema político
Las esperanzas puestas en el mesías representaban todo un riesgo para el orden que los gobernantes habían instaurado en Israel. Se trataba, desde la perspectiva romana, de un hombre que movilizaría las fuerzas internas de la gente en favor de la expulsión del dominio extranjero.
Así entonces, puede decirse que cualquier figura mesiánica constituiría un problema para Roma. La aparición de este tipo de líderes encarnaría, sin dudad, movimientos subversivos contra la ocupación. Aunado a ello, la proclamación que más tarde haría Jesús, con respecto al “reino de Dios”, figuraría como una oposición directa contra el Imperio.
Entre los momentos de mayor peligro para el mantenimiento del orden público estaban las festividades religiosas, pues en ellas se congregaban grandes cantidades de personas. Justamente, una de ellas, conocida como Pésaj, se encontraba próxima a celebrarse cuando Jesús entró en Jerusalén. Una alteración así, desde la concepción del prefecto, debía ser detenida.