KIEV, Ucrania — Se conocieron en la secundaria, pero comenzaron a salir un par de años después, cuando volvieron a encontrarse en la pista de baile de un club nocturno ucraniano. Casados en 2001, vivían en un departamento de una comunidad a las afueras de Kiev, con sus dos hijos y sus perros, Benz y Cake. Ella era contadora y él es programador informático.
Serhiy y Tetiana Perebyinis tenían una minivan Chevrolet. Compartían una casa de campo con unos amigos y ella era una talentosa jardinera y una gran esquiadora. Acababa de regresar de un viaje de esquí a Georgia.
Y luego, a finales del mes pasado, Rusia invadió Ucrania y pronto la lucha se trasladó a Kiev. No pasó mucho tiempo antes de que los misiles de artillería llegaran a su vecindario. Una noche, un proyectil cayó en su edificio, lo que hizo que Tetiana Perebyinis y los niños se mudaran al sótano. Finalmente, como su esposo estaba en el este de Ucrania atendiendo a su madre enferma, ella decidió que había llegado el momento de huir con sus hijos.
Pero no lo lograron. Perebyinis, de 43 años, y sus dos hijos, Mykyta, de 18, y Alisa, de 9, junto con Anatoly Berezhnyi, un voluntario de 26 años de la iglesia que los estaba ayudando, murieron el domingo cuando trataban de ir hacia Kiev mientras corrían entre los escombros de concreto de un puente dañado en Irpin, la ciudad donde vivían.
Su equipaje, una maleta azul con ruedas, una maleta gris y algunas mochilas, quedó esparcido cerca de sus cuerpos, junto con un contenedor verde para un perro pequeño que ladraba.
Eran cuatro personas entre las muchas que intentaron cruzar ese puente el fin de semana pasado, pero sus muertes resonaron mucho más allá de su suburbio ucraniano. Una fotografía de la familia y de Berezhnyi, que yacían ensangrentados e inmóviles, tomada por la fotógrafa de The New York Times Lynsey Addario, resume la matanza indiscriminada por parte del ejército invasor ruso que cada vez ataca más áreas civiles densamente pobladas.
Serhiy Perebyinis y Polina Nedava, madrina y amiga de la familia, describieron la vida y las últimas horas de los fallecidos en una entrevista. Perebyinis, también de 43 años, dijo que se enteró de la muerte de su familia en Twitter, a través de las publicaciones de otros ucranianos.
La única vez que Perebyinis rompió en llanto durante la entrevista fue cuando recordó que, la noche anterior al incidente, le dijo a su esposa que lamentaba no estar con ella.
“Le dije: ‘Perdóname porque no pude defenderte’”, dijo. “Traté de cuidar a una persona, y eso significa que no puedo protegerte”.
“Ella contestó: ‘No te preocupes, saldré de esto’”.
Ella no salió de aquello, y Perebyinis dijo que creía que era importante que sus fallecimientos se registren en fotografías y videos. “El mundo entero debería saber lo que está pasando aquí”, dijo.
La familia Perebyinis ya había sido desplazada por la guerra, en 2014, cuando vivían en Donetsk en el este y Rusia fomentaba un levantamiento separatista. Se mudaron a Kiev para escapar de los combates y comenzaron a reconstruir sus vidas. Cuando los tanques rusos entraron en Ucrania el mes pasado, apenas podían creer que estaba sucediendo de nuevo, dijo Perebyinis.
El empleador de Tetiana Perebyinis, SE Ranking, una empresa de software con oficinas en California y Londres, había instado a sus empleados para que abandonaran Ucrania de inmediato cuando comenzaron los combates. Incluso había alquilado habitaciones para ellos en Polonia, dijo Perebyinis. Pero su esposa retrasó su partida debido a la incertidumbre sobre cómo evacuar a su madre, que padece la enfermedad de Alzheimer.
Una colega del trabajo, Anastasia Avetysian, dijo que SE Ranking había brindado fondos de emergencia para que los empleados evacuaran y que Perebyinis, como jefa de contabilidad en Ucrania, había estado ocupada durante sus últimos días haciendo esos desembolsos.
“Todos estábamos en contacto con ella”, dijo Avetysian en una entrevista telefónica. “Incluso cuando estaba escondida en el sótano, era optimista y bromeaba en nuestro chat grupal diciendo que la compañía tendría que hacer una operación especial para sacarlos, como en Salvando al soldado Ryan”.
Pero más allá de los chistes hubo un periodo de espera e intensa preocupación, dijo Perebyinis. Su hijo, Mykyta, comenzó a dormir durante el día para quedarse despierto toda la noche, vigilando a su madre y a su hermana. Cuando había sonidos de armas, las despertaba y los tres se movían a un pasillo, lejos de las ventanas. “Mi hijo estaba bajo mucho estrés”, dijo Perebyinis.
El sábado pasado, tras dos días en el sótano, hicieron un primer intento de evacuación. Pero cuando estaban empacando su minivan, un tanque pasó por la calle. Decidieron esperar.
Al día siguiente, alrededor de las 7:00 a. m., se levantaron y se pusieron en marcha. Tetiana Perebyinis había discutido los detalles del plan con su esposo. Ella y sus dos hijos, su madre y su padre, que vivían cerca, se unirían a un grupo de la iglesia y tratarían de evacuar hacia Kiev. Luego intentarían trasladarse hacia algún lugar seguro.
Condujeron lo más lejos que pudieron en Irpin, pero Perebyinis se vio obligada a abandonar la minivan. Siguieron a pie hasta llegar a un puente sobre el río Irpin que está dañado.
Para escapar, tuvieron que cruzar unos cien metros de una calle expuesta ubicada a un lado del puente. Mientras las fuerzas rusas disparaban sobre el área, muchos trataron de refugiarse detrás de una pared de ladrillos.
Berezhnyi, el voluntario de la iglesia, que había evacuado a su propia familia pero regresó para ayudar a otros, estaba con Perebyinis y sus hijos cuando comenzaron a correr hacia el otro lado.
Durante la noche, Perebyinis había tratado de monitorear la ubicación de su esposa usando una aplicación de localización en sus teléfonos. Pero no mostraba nada: la familia estaba en un sótano, sin señal de celular.
Cerca del amanecer, dijo, le llegó una señal que mostraba que estaban en su casa. Pero no recibió ninguna notificación de que se estuvieran moviendo. La cobertura de telefonía celular se había vuelto demasiado irregular en la ciudad.
La siguiente notificación que Perebyinis recibió en su teléfono llegó alrededor de las 10 de la mañana del domingo. Estaba en el Hospital Clínico número 7 en Kiev. Algo había salido mal.
Llamó al número de su esposa. Estaba sonando, pero nadie respondió. Luego llamó a los teléfonos de sus hijos, con el mismo resultado.
Aproximadamente media hora después, vio una publicación en Twitter que decía que una familia había muerto en un ataque con morteros en la ruta de evacuación de Irpin. Poco tiempo después, apareció otra publicación en Twitter con una imagen. “Reconocí el equipaje y así fue como lo supe”, dijo.
Cuando cayó el proyectil de mortero, la familia y Berezhnyi estaban a unos 10 metros del cráter originado por el mortero. No tuvieron oportunidad. La explosión emitió una lluvia de cientos de fragmentos de metralla metálica irregular. Sus cuerpos se desplomaron en la calle fangosa junto a un monumento a los caídos de la Segunda Guerra Mundial de Irpin. El monumento tiene una placa que dice: “ Memoria eterna a los que cayeron por la patria en la Gran Guerra Patria”.
Los padres de Perebyinis estaban detrás de ella y de los niños, por lo que no sufrieron daños. Ahora se quedan con Nedava, la madrina. Al día siguiente, una tormenta de nieve cayó sobre Kiev. Las maletas, una de las cuales estaba abierta debido a la explosión o quizá por los transeúntes, yacían cubiertas de nieve junto a manchas de sangre. Solo contenían ropa: una camiseta sin mangas rosa para niños, pantalones deportivos y calcetines amarillos y azules de talla infantil, aparentemente para Alisa.
Cuando se le pidió que describiera a su esposa, Perebyinis se desplomó en su silla. Nedava dijo que tenía un espíritu “ligero”, a menudo bromeaba y animaba el ambiente.
Durante su prolongado matrimonio, dijo Perebyinis : “remodelamos tres apartamentos y nunca discutimos ni una sola vez”.
Berezhnyi, el voluntario, había mudado a su esposa al oeste de Ucrania pero regresó a Irpin para ayudar con la evacuación organizada por su congregación, la Iglesia Bíblica de Irpin, dijo el pastor, Mykola Romaniuk, en una entrevista telefónica.
Cuando comenzó el ataque con morteros, y los proyectiles cayeron a unos cientos de metros de distancia, Romaniuk dijo que otros voluntarios de la iglesia vieron que Berezhnyi corrió para ayudar a Perebyinis. “Él tomó su maleta y comenzaron a correr”, dijo.
Según el pastor Romaiuk, Berezhnyi era tranquilo y generoso. “Era el tipo de amigo que está listo para ayudar sin necesidad de palabras”, dijo. “No sé cómo Dios puede perdonar estos crímenes”.
A mediados de febrero, antes de que comenzara la guerra, Perebyinis había viajado a su ciudad natal, Donetsk, en el este de Ucrania y controlada por rebeldes, para cuidar a su madre, que estaba enferma de COVID-19. Luego de que comenzaron las hostilidades, el cruce se cerró y Perebyinis quedó atrapado en el este.
Tras el fallecimiento de su familia, y para poder regresar a Kiev desde el este ucraniano que está controlado por los separatistas, Perebyinis viajó a Rusia y voló a la ciudad de Kaliningrado para cruzar una frontera terrestre hacia Polonia. En la frontera entre Rusia y Polonia, dijo, los guardias rusos lo interrogaron, le tomaron las huellas dactilares y parecían dispuestos a arrestarlo por motivos poco claros, aunque finalmente se le permitió avanzar.
Recuerda que les dijo: “Toda mi familia murió en lo que ustedes llaman una operación especial y nosotros llamamos una guerra. Pueden hacer lo que quieran conmigo. No tengo nada que perder”.
Maria Varenikova colaboró en este reportaje desde Leópolis, Ucrania.
Andrew E. Kramer es reportero del buró de Moscú. Formó parte de un equipo que ganó el Pulitzer en 2017 en la categoría de Reportajes internacionales por una serie sobre la proyección encubierta del poder de Rusia. @AndrewKramerNYT
Texto original publicado en The New York Times