El 31 de agosto de 1997 Diana princesa de Gales fallecía en un fatal accidente de tránsito en un túnel de París dando paso al mito de la princesa carismática y humanitaria y la mujer asfixiada por la atención mediática y los conflictos familiares dentro de una institución inflexible.
La princesa que sacudió la institución real de la monarquía británica es la protagonista de ‘Spencer’, la película con la que Pablo Larraín completa una trilogía de biopics, que empezó con ‘Neruda’ (2016) y continuó con ‘Jackie’ (2016).
Al igual que con la viuda del presidente J.F. Kennedy, la trama de ‘Spencer’ se sitúa en un mínimo espacio de tiempo en la vida de la princesa, aparentemente casual y cotidiano, pero determinante en su destino.
El guion de Steven Knight reduce ese margen a tres días, durante la Navidad de 1991 en la residencia real de Sandringham, condado de Norfolk. Periodo suficiente para que Larraín trace el perfil menos convencional y quizá el más poético de los personajes históricos que ha retratado en el cine.
En los créditos iniciales, el propio director advierte que estamos frente a una fábula inspirada a partir de una tragedia real, anticipando las libertades creativas que se permite para acceder a la intimidad emocional y psicológica del personaje.
En ese contexto la cinta no persigue la precisión histórica, ni busca complacer con un drama de conflictos familiares. Lo que busca es transmitir los sentimientos de una mujer que atraviesa una crisis de identidad en medio de un matrimonio fracturado.
La tarea no es sencilla para Kristen Stewart. La actriz estadounidense hace su mejor esfuerzo por adoptar con naturalidad el acento inglés, así como las poses y expresiones del personaje que interpreta, al que además aporta con una conmovedora profundidad emocional. Ese trabajo ya se ha venido alabando desde que el filme empezó a proyectarse en festivales como Venecia o Toronto.
Como un faisán derribado por el perdigón de un cazador cuando intenta volar, la Diana de Stewart se proyecta como una mujer herida y vulnerable, con el deseo de ser la persona que era antes de conocer al príncipe Carlos y entregar su vida al servicio de la corona.
La tensión marca el ritmo de la narración desde el primer momento, cuando Diana llega desconsideradamente tarde y conduciendo su propio auto al primer día del retiro familiar navideño. Estos intencionales desacatos son parte del oscuro umbral que atraviesa la protagonista intentando recuperar el control de su vida y en busca de alivio para la traición y la soledad, en el que las partituras de Jonny Greenwood, de Radiohead, juegan un papel fundamental.
Pero como si despertara dentro de una pesadilla, la vida de Diana se llena de dolorosos recuerdos, fríos y lúgubres escenarios, momentos que se pierden entre lo real y lo imaginario. Una de esas experiencias es la que vive con Ana Bolena, la princesa que murió decapitada para que el rey Enrique VIII pudiera casarse con su amante, con la que se compara y entabla conversaciones como si lo hiciera consigo mismo.
Larraín apela a ese tipo de elementos fantásticos como una forma de traducir en imágenes las tribulaciones internas del personaje, mientras la convivencia en la mansión real se convierte en una lucha de poderes, que se miden en cosas tan sutiles como el estricto orden de los vestidos escogidos para la princesa según el protocolo y la ocasión.
En este oscuro cuento de hadas también hay personajes como el chef y la mucama en los que halla protección o el jefe de seguridad, el príncipe Carlos y la propia reina, siempre en un segundo plano, que no se molestan en disimular su hostilidad y desaprobación.
El que podría ser un entrañable momento familiar se reduce a un frío ritual de cenas, prácticas de cacería, sesiones de fotos y arcaicas tradiciones que desbordan un malestar traducido en ataques de bulimia o lesiones autoinflingidas.
El relato fluye con una discreta, pero creciente tensión en los que la protagonista encuentra momentos de alivio en compañía de sus hijos William y Harry, con los que comparte juegos y secretos, que muestran el lado maternal de Diana.
‘Spencer’ es un oscuro cuento de hadas de buena factura técnica que apuesta por las complejidades del retrato emocional antes que dedicarse a complacer el impulso voyerista del drama familiar.