Puede que escuchar a alguien hablar sobre salud mental fuese hasta hace poco algo extraño, prácticamente excepcional. Una pandemia después, e inmersos de lleno en sus consecuencias, parece que las cosas han cambiado. La salud mental, hermana fea de la salud desde tiempos inmemoriales, va ganando espacio en el debate público. En realidad, lo que ha hecho la Covid-19 es poner sobre la mesa una cuestión que ya estaba ahí y que era muy común, sobre todo para las generaciones más jóvenes. Aquí este artículo de VOGUE.
Tanto los Millennials como la Generación Z han visto cómo las sucesivas crisis sufridas en lo que va de siglo XXI han convertido sus sueños en frustraciones. Índices de paro desbordados, alquileres imposibles, edades de emancipación cada vez mayores, precariedad laboral en aumento, pluriempleo… Y, para completar esta tormenta perfecta, las redes sociales, como ese falso amigo que parece estar ahí siempre dispuesto a ayudar con un buen chute de autoestima en forma de likes en tiempos difíciles.
Pero diversos estudios han asociado el uso de las redes a un mayor riesgo de sufrir depresión, algo de lo que Facebook (ahora Meta) ha tenido que salir al paso últimamente después de que The Wall Street Journal publicase una investigación en la que afirmaba que la compañía de Silicon Valley había ignorado informes internos que indicaban que el uso de Instagram puede provocar depresión, ansiedad e incluso pensamientos suicidas en los adolescentes, sobre todo entre las chicas. El 40% de los usuarios de Instagram son personas de menos de 22 años.
Son generaciones que, a la vista de los datos, tienen muy en cuenta su salud mental. Un estudio titulado Mental Health at Work y elaborado por Mind Share Partners, SAP y Qualtrics y publicado en Harvard Business Review aseguró en 2019 que la mitad de los Millennials y el 75% de los integrantes de la Generación Z ha dejado un trabajo por motivos de salud mental.
La cifra de otras generaciones que habían hecho lo mismo apenas rozaba el 20%. Un aplastante 86% de los encuestados creía que la cultura de una compañía debería apoyar la salud mental, una cifra que era todavía mayor entre los Millennials y los Z. ¿Algo propio de otros países? Por desgracia, no: en España, el suicidio es ya la primera causa de muerte no natural entre los jóvenes, por delante de los accidentes de tráfico.
En este contexto, parece obvia la relación que existe entre trabajo y salud mental. En julio de 2019, la OMS incorporó a su lista de síndromes el de agotamiento laboral, también conocido como burnout. Lo describía como el resultado del “estrés crónico en el lugar de trabajo que no se ha manejado con éxito”. Así quedó reflejado en su manual, conocido internacionalmente como International Disease Classification (ICD-11). En él describe los síntomas del burnout del siguiente modo:
Sensaciones de agotamiento o agotamiento de la energía.
Mayor distancia mental o sentimientos de negatividad o cinismo relacionados con el trabajo.
Rendimiento profesional reducido.
Hablar de agotamiento laboral ya no está reservado únicamente a las conversaciones privadas. Algunas de las mayores personalidades del mundo, desde el Papa Francisco hasta la congresista demócrata estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez han mencionado en público lo que hasta hace poco era un tabú. Pero ¿qué puedes hacer tú para darle esquinazo a un problema tan extendido? Ahí van algunas ideas.
DETECTA LOS SÍNTOMAS
A menudo, el estrés y la ansiedad se confunden como una misma cosa. Pero no lo son. “El estrés laboral se produce cuando el organismo, es decir la persona, se encuentra sometida durante un periodo prolongado a un número de exigencias o de demandas que sobrepasan sus capacidades de respuesta”, explica Gabriela Topa Cantisano, catedrática del Departamento de Psicología Social y de las Organizaciones de la UNED.
“En una primera fase, la persona intenta redoblar sus esfuerzos para alcanzar el nivel de exigencias al que se ve sometida, pero si la prolongada tensión no cede, entonces la persona acaba agotándose y es allí cuando aparecen diferentes manifestaciones en el plano físico y en el plano psicológico. Por su parte, la ansiedad puede ser una de las posibles manifestaciones del estrés, pero no es la única. Las consecuencias del estrés en los organismos están ampliamente documentadas en la literatura científica y pueden llegar incluso a ser el antecedente remoto de enfermedades físicas como problemas cardiovasculares, elevada tensión arterial e incluso cáncer”, destaca la experta.
Por tanto, es el estrés lo que genera la ansiedad. Una es el síntoma y otro es la causa. “Bajo mi propia experiencia, la mayor parte de los casos que acuden a consulta se deben a la ansiedad”, indica Marina Domínguez Aguilera, psicóloga experta en terapia cognitivo-conductual para tratar problemas de estrés, entre otros, y que trabaja en PsicoAbreu en Málaga.
“Si bien es cierto que ambas reacciones emocionales (estrés y ansiedad) son naturales y a niveles óptimos ambas funcionan en el rendimiento del sujeto, cuando se desbordan ocasionan problemas que si no se atienden pueden desencadenar diferentes patologías”, explica Domínguez.
“Decimos que estamos estresados cuando tenemos que hacer frente a una situación real como por ejemplo llegar a un objetivo mensual que nos fija la empresa para poder continuar en ella. Como consecuencia a dicha situación puede aparecer la llamada ansiedad actuando en tres niveles: cognitivo (miedos irracionales del tipo: ‘y si no consigo llegar a lo que me marca la empresa me van a echar’), fisiológico (taquicardia, sudoración, entumecimiento…) y motor (evitar ir al trabajo, quedarse en la habitación encerrado…). La ansiedad es una emoción que no se puede eliminar pero sí se puede aprender a controlar en caso de que sea necesario, con terapia cognitivo-conductual, EMDR, etc.”.
Aprender a detectar los síntomas es el primer paso para buscar soluciones. No esperes a estallar. En lugar de eso, haz un ejercicio de introspección periódico.
NO TE DEFINAS POR TU TRABAJO
Se trata de una costumbre muy extendida en la cultura anglosajona y que hemos adoptado por estos lares. Uno se presenta con su nombre, su edad, dónde vive… y en qué trabaja. El empleo queda así íntimamente ligado a la identidad de la persona y, en gran medida, termina por definirla. Ningún problema si todo marcha bien, pero es un arma de doble filo con la que debe tenerse mucho cuidado. “
Si bien es cierto que esta definición de la identidad nos aporta beneficios, también se convierte en una importante amenaza cuando perdemos el trabajo por ejemplo por el desempleo o por la jubilación”, advierte Gabriela Topa. “Las relaciones negativas entre el desempleo y la salud mental han sido ampliamente estudiadas sobre todo en los periodos de crisis económica o de fuerte inseguridad laboral”.
En realidad no es necesario extirpar el trabajo totalmente de tu identidad, sino darle la debida importancia dentro de ella. Ni más ni menos. “En estos casos me gusta hacer referencia a la metáfora de la silla, la cual para ser estable necesita cuatro patas”, explica Marina Domínguez.
“Imaginemos que cada pata es un área de nuestra vida: sentimiento de utilidad (área académico/laboral), aficiones, afectos (familia y amigos) y relaciones sociales. Si únicamente nos inclinamos hacia una pata como es el área laboral, lo que sucede es que la silla pierde el equilibrio al igual que ocurriría con nuestra vida. Al depositar todo el tiempo y esfuerzo en dicha área, descuidamos el resto con lo cual pueden aparecer diferentes problemas como: adicción al trabajo, burnout, etc. ¿Cómo evitarlo? Tomando conciencia en todo momento de la silla, ya que la estabilidad personal se logra con el desarrollo de las cuatro patas”.
PON LÍMITES AL TELETRABAJO
Durante la pandemia, la cifra de españoles en activo que teletrabajó pasó de entre el 3,6 y el 4,8% al 11,2%, según datos del informe Teletrabajo y trabajo en movilidad en España y la UE, publicado el pasado junio por el Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI) del Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital. Hoy es más habitual que las compañías permitan a sus empleados trabajar dos días a la semana desde casa y el resto en la oficina, en un formato híbrido o semipresencial.
La cuestión es que una práctica que en principio otorgaba al trabajador un plus de libertad ha terminado por convertirse en muchas ocasiones en un modo de derribar las fronteras entre lo profesional y lo personal, no solo en cuestiones de espacio al trabajar desde casa, sino también de tiempo. Un 54% de los españoles asegura que la pandemia ha provocado que se alargue su jornada laboral, y un 58% lo atribuye al teletrabajo, según la Guía del Mercado Laboral 2021 publicada por la consultoría de RR.HH Hays.
“El teletrabajo puede tener efectos perjudiciales si no va adecuadamente unido a la preparación del trabajador, a la disponibilidad de recursos para realizar la tarea correctamente, y si no está en parte unido a un cierto grado de presencialidad”, indica Gabriela Topa. “Quizá una de las mayores dificultades consiste en establecer límites a la actividad laboral cuando se teletrabaja, y cuando hablo de límites me estoy refiriendo a los temporales, espaciales, y también a los de comunicación a través de las nuevas tecnologías”.
Recuerda que desde casa también tienes unos horarios. Dejar el ordenador encendido hasta el día siguiente por pereza o por no cerrar los programas no es una buena idea. Cuando termine tu jornada, apaga el equipo y recoge tu espacio de trabajo. Si usas un portátil, guárdalo en vez de dejarlo a la vista. Así le estarás diciendo a tu cerebro que ha llegado la hora de dedicarte a otras cosas. Y si puedes programar una tarea (una cita, una clase en el gimnasio…) para poco después de tu hora salida, todavía mejor.
DESCONECTA DE VERDAD
En unos tiempos en que llevas el correo en el teléfono personal o en que te puede entrar un Whatsapp de trabajo mientras haces la cena, desconectar de verdad se antoja una tarea ardua. Se ha convertido en algo que hay que hacer más proactivamente que como fin de otra actividad. Eso es precisamente lo que conduce a una desconexión consciente. Y es lo contrario a ese “luego termino esto en un momento” que te dices a ti misma al terminar tu jornada laboral. No desconectar es una de las costumbres más dañinas y más extendidas en lo referido al trabajo.
“El continuar pensando en los problemas que hayan surgido y no se hayan podido resolver, la excesiva carga laboral, pensamientos de autoexigencia, sentimientos de infravaloración o simplemente el ver a un compañero con el que no se tenga buena relación son ejemplos de pensamientos que, si no se aprenden a manejar, hacen que el individuo entre en bucle”, concede Marina Domínguez.
¿Qué puede ayudarte a desconectar? Para empezar, poner distancia. “Cuando se estudian los procesos de recuperación del estrés laboral, recuperación que se realiza en diferentes ciclos (diario, semanal, estacional), se observa que uno de los aspectos más importantes es la capacidad de distanciarse del trabajo durante las horas de no-trabajo”, dice Gabriela Topa. “La incapacidad para mantener las fronteras entre el tiempo y el espacio laborales y el tiempo y el espacio no laborales es quizá una de las mayores amenazas al bienestar de los trabajadores”.
“Dedicar tiempo a uno mismo, a la familia y amigos; realizar alguna actividad de relajación como yoga o mindfulness; tener una buena higiene del sueño; llevar una alimentación saludable o practicar deporte son algunos de los hábitos que nos pueden ayudar”, afirma Domínguez.
APRENDE A DECIR ‘NO’
Una cuestión difícil de poner en práctica. Más todavía en el entorno laboral. “Decir no es un derecho básico de todo el mundo y se encuadra dentro de la asertividad y el adquirir y entender dicho derecho es fundamental en todos los aspectos de nuestra vida incluido el contexto laboral”, dice Marina Domínguez.
Sin embargo, a menudo esta capacidad está sujeta a otras, sobre todo la de índole económica. “Aprender a decir no es muy difícil en todos los ámbitos de la vida y hemos de ser conscientes de que, en el ámbito laboral, esta capacidad puede estar constreñida por factores económicos y de poder muy relevantes”, apunta Gabriela Topa.
“Quizá, mirado a largo plazo, la mejor herramienta que nos ayuda a decir no es disponer de alternativas y, por lo tanto, el mejor recurso es una adecuada formación y cualificación profesional. En cualquier caso, el entrenamiento en asertividad y el manejo de las relaciones sociales son importantes en cualquier nivel jerárquico en el que te desempeñas, ya sea como jefe o como el último de los subordinados”.
Aquí, la palabra ‘alternativa’ es la clave. No sólo por tener otras opciones de ingresos que te permitan decir que no, sino también para rechazar ciertas tareas o responsabilidades extra de un modo diligente y eficaz. Delegar en otra persona, renegociar, revisar funciones… hay muchos caminos intermedios entre el sí y el no rotundos.
Texto original publicado en la Revista VOGUE