“Allá por el 2013 se aprobó una ley, la ley mordaza. En las próximas horas enviaremos a la Asamblea un proyecto de Ley de Libertad de Expresión y Comunicación y que se derogue la actual -dijo siete horas después de posesionarse, el Presidente Guillermo Lasso-. Espero que la Asamblea lo tramite urgentemente”.
Lo hizo al derogar, vía decreto, el reglamento de la Ley de Comunicación, uno de los mayores trofeos del correísmo en su aventura del control de la información para que nadie pudiera cuestionar su supuesto proyecto de manos limpias y corazones ardientes, que terminó en los escándalos de los sobornos de Odebrecht.
La Ley de Comunicación, por la que ahora desgarran sus vestiduras los correístas, fue la herramienta para controlar la verdad no oficial y que podría servir a cualquier gobierno de turno ajeno a las normas básicas de la democracia. Lasso, con uno de los primeros mensajes a la sociedad, decidió dar por terminada la simiente de un proyecto totalitarista impulsado por el proyecto de un gobierno totalitarista que pasó de sus sueños de quedarse 300 años en el poder a cincuenta años en las últimas elecciones.
La llamada Ley de Comunicación no solo sirvió para acomodar titulares, diagramar primeras páginas, llenar los espacios de radio y televisión con spots de propaganda de mentira comprobada, para vilipendiar el oficio, sino para hacer creer que la lucha estaba entre el poder mediático y el poder político. Un poder político acomodado desde la tergiversación de los hechos que cambió la biografía de personas insumisas.
Los lamentos del correísmo por la derogatoria del Reglamento de la Ley de Comunicación hasta resultan inentendibles, porque de nada les vale sin tener el poder político. ¿Cuántos de sus medios digitales no estarían bloqueados de aplicarse solo algunas normas de su ley mordaza? Sus burdas tergiversaciones de los hechos y sus calumnias solo merecerían el cierre de sus canales, pero no, porque la libertad de expresión también los protege. Eso es vivir en democracia, algo en lo que nunca creyó el correísmo.