Lo que ahora el chavismo puede considerar un triunfo no es más que su derrota como proyecto político porque a lo largo de su historia solo ha demostrado que puede controlar el poder con la represión hasta de colectivos armados que actúan con la complicidad de la fuerza pública venezolana. No con ideas, ni con un proyecto político, algo que nunca fue. Ni será. La dictadura es solo el montaje de un aparato de represión.
Diosdado Cabello, que demandó al periódico El Nacional por daño moral, por difundir una noticia que es vox populi en el mundo entero, su relación con el narcotráfico, se congratuló con el embargo de uno de los periódicos más tradicionales de ese país, El Nacional, que se mantenía a flote en la Internet en medio de tantas amenazas, juicios, multas y sentencias dictadas por una justicia cómplice del régimen de Nicolás Maduro.
Su venganza fue la toma de un edificio, que no es otra cosa que la violación más cruda de la libertad de expresión. Acorde con los tiempos del socialismo del siglo XXI que sufrió Ecuador durante una década, con el expresidente Rafael Correa como el alfil del chavismo en esta parte del Pacífico, agazapado a la espera de pescar a río revuelto.
Las acciones del chavismo solo sirven para mostrar porque Ecuador no puede volver a caer en ese modelo. Porque es imposible pactar con grupos que usaron y abusaron de su poder hasta el punto de verse involucrados en casos de corrupción que debían silenciarse con el silencio de la prensa.
El chavismo mostró sus intenciones hace rato, pactar con cualquiera con el afán de seguir en el poder, de heredar el poder al hijo de Maduro. Y habla contra el imperio. Su dirigentes se acostumbraron a los lujos, a los restaurantes de Estambul mientras los venezolanos hacen fila para conseguir la harina para las arepas.
El correísmo también, solo que en esta última etapa lo hizo de manera muy burda, primero aliándose con un sector de la Conaie representado por Jaime Vargas y Leonidas Iza en la segunda vuelta. Y ya con el Partido Social Cristiano en el reparto del poder en la Asamblea. Con cualquiera con tal de volver al poder y liberar a quienes fueron sentenciados por casos de corrupción, como Jorge Glas, y cumplir supuestas venganzas.
El socialismo del siglo XXI no es de izquierda ni de derecha, sino solo representa a un grupo de oportunistas que cree en el líder presuntamente carismático solo porque sale en sus redes con clichés decimonónicos, sin imaginación alguna. Lo lamentable es que haya grupos políticos que aúpen esas ambiciones como si los ecuatorianos no hubiéramos vivido diez años de odios, represiones y persecuciones.