Votar cada cuatro años como ejercicio de soberanía individual y plena no es asunto menor, porque ese acto posee la fuerza capaz de cambiar de timonel y de rumbo de una maltrecha nave llamada Ecuador. En elecciones, la acción colectiva democrática puede llevar el país al despeñadero, mantenerlo estable o, colocarlo en la senda de la prosperidad. Lo que esperamos del gobierno depende mucho del voto popular. Nuestro país vive ese momento previo a decidir algo transcendente, por lo que previamente debemos considerar algunas interrogantes.
¿El país requiere cambiar de rumbo? ¿Debe modificarse la lógica del ejercicio del poder? ¿La política pública debe sustentarse en una visión renovada con criterio de priorización? ¿Conviene transformar el modelo de Estado? Tengo la seguridad de que a cada pregunta planteada corresponde una respuesta afirmativa, debido a que las críticas circunstancias actuales, producto de una larga crisis sistémica, nunca antes las hemos experimentado de manera similar, lo que demanda hacer las cosas con acierto y de manera no ortodoxa, es decir, diferente y creativa.
El buen ciudadano no solo ama y honra a su patria, respeta las leyes y paga impuestos, sino que también vota con conciencia, lo que implica estar informado de las ofertas electorales y de las posibilidades de realizarlas, comprender con detalle la situación actual, y finalmente, optar por un proyecto posible que beneficie a las mayorías. Tik Tok y los debates son insuficientes para dar a conocer fidedignamente a los candidatos, sin embargo, proveen pistas para descartar a los mentirosos y mediocres que no garantizan cambios profundos ni positivos.
Definitivamente, la elección en democracia es una especie de búsqueda colectiva con esperanza de mejores días; por esto, el próximo 7 de febrero tenemos la obligación de decidir responsablemente un cambio sustancial con soluciones innovadoras para el país. (O)
Texto original publicado en El Telégrafo