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La vacuna y la recuperación económica

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La revista Time eligió al 2020 como el peor año de la historia contemporánea, una que comenzó en Wuhan y se propagó por el mundo en cuestión de minutos. Fue de la noche a la mañana que la gente comenzó a encerrarse, a dudar de sus vecinos, de su círculo de amigos y de todo estornudo o lagrimeo en la calle. Todos fuimos en algún momento potenciales portadores del Covid-19.

Los negocios cerraron, la gente se arremolinaba en los supermercados para hacer las compras como si una guerra hubiera estallado en silencio, sin bombas, ni balas. Una guerra donde el enemigo era invisible. Un virus al que se combatía con el lavado de manos, el uso de alcohol, mascarillas y guantes, hasta que la Organización Mundial de la Salud desaconsejó el uso de guantes.

Y entonces comenzó la carrera por la vacuna. Los gurús comenzaron a aparecer, se volvieron estrellas de la televisión con sus propios segmentos para enseñar a la población las mejores formas para lavarse las manos; a dar recomendaciones, a reclamar extremar las medidas de confinamiento. Una especie de encierro total. El Gobierno, con María Paula Romo a la cabeza, supo manejar la crisis con la  activación del Comité de Operaciones de Emergencia nacional y los locales, donde estaban articulados los gobiernos locales.

Una línea directa entre la prensa y las autoridades sanitarias se abrió semanalmente vía zoom. La data para el análisis era gigante. Algunos gobiernos locales comenzaron a comprar pruebas PCR, usadas solo cuando las denuncias de que estaban por caducarse salieron a la luz pública. Nunca se supo cuántas se usaron finalmente.

El comercio informal cambió los caramelos y las aguas en los semáforos por las mascarillas, los guantes y hasta las hojas de eucalipto para ahuyentar al Covid-19. Al igual que el ajo, el jengibre y otras especies. Los rosarios y las imágenes religiosas que muchas personas colgaban en el retrovisor de sus autos se cambiaron por las mascarillas, mientras muchos sectores de la economía se iban a pique. Pronto hubo un panorama desolador, con los letreros de se arrienda o se vende. Que se mantienen hasta hoy.

Y así comenzó a reabrirse la economía por sectores, con proyectos piloto. Primero por el sector de la construcción, uno de los termómetros de la actividad productiva de un país junto con el comercio. Las tiendas se adaptaron al comercio electrónico. La palabra resiliencia se puso de moda, practicada por pocos, claro. Porque la mayoría de negocios cerrados se debió también a que los propietarios se negaban a revisar los cánones de arrendamiento.

Ya al terminar el 2020, tres laboratorios anunciaron la superación de la fase tres de las pruebas para la vacuna contra el Covid-19: Pfizer/BioNtech, Moderna y AstraZeneca, además de los anuncios de Rusia y China de que tenían sus propias vacunas.

La buena noticia, sin embargo, no significa la recuperación plena de la economía, porque las restricciones todavía persisten. Las fronteras de muchos países siguen cerradas. Ecuador tardará en recuperarse, por eso es clave saber elegir en las elecciones de 2021, cuando haya una transición de Gobierno. Los populismos están a la orden del día con promesas imposibles de cumplir, como el cuento de la ciudadanía universal de Montecristi o los derechos de la naturaleza irrespetados, cuando el expresidente Rafael Correa decidió intervenir en el Parque Nacional Yasuní para ampliar el mapa petrolero.

Las elecciones de 2021 serán claves para saber para dónde caminará el país, porque las buenas noticias sobre la vacuna del Covid-19, que no llegará inmediatamente a Ecuador, puede chocar con las malas decisiones en materia económica y política. En Venezuela tal vez no se sintió el golpe de la pandemia, porque ese país ya no podía estar peor, pero empeoró con un Nicolás Maduro dispuesto a retener el poder con uñas y dientes, a costa de la miseria de los venezolanos.

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