La historia del expresidente Abdalá Bucaram y su familia parece una larga historia de mentiras. Jacobo Bucaram Pulley, tras fugarse de Ecuador luego de emitida una orden de prisión preventiva en una investigación relacionada con la venta de insumos médicos con sobreprecio durante la emergencia sanitaria, fue a refugiarse en Colombia donde había sido sometido a un seguimiento por las autoridades.
Tras la revelación de su posible paradero en Colombia, su vanidad pudo más y subió un video a las redes sociales para atacar al medio colombiano que había difundido la noticia, acusándolo de divulgar noticias falsas. Que estaba libre, en otro país. Es decir, dio a las autoridades colombianas el sitio exacto de su ubicación.
La investigación determinará si Jacobo Bucaram integraba un grupo estructurado para obtener beneficios económicos en la comercialización de pruebas para Covid-19 e insumos médicos, en medio de la emergencia sanitaria. Una de las patas de la investigación por la que se ordenó su detención preventiva.
La investigación, según la Fiscalía, se inició en mayo de 2020, por la posible relación de los cinco procesados con dos extranjeros detenidos en Santa Elena, quienes presentaron documentos falsos de la DEA y portaban más de $200 mil en efectivo en plena crisis económica. A algunos no les llega esa crisis.
La investigación sobre la compra de insumos médicos con sobreprecios ha sido usada como parte de una campaña contra la ministra de Gobierno, María Paula Romo, atacada por todos los flancos posibles, por el correísmo sobre todo. Los principales involucrados en ese proceso están detenidos, otros prófugos. La justicia actúa de forma independiente, al margen de las angustias y despechos del expresidente Rafael Correa.
A la justicia le tocará determinar el grado de responsabilidad de cada una de las personas involucradas en uno de los casos que más indignación ha causado en el país, el dolo cometido con la venta de insumos médicos mientras miles de ecuatorianos sufrían encerrados el dolor de la pandemia.
Hay una clase política que debería pasar a la historia, esa que intentó resignificar el término populismo para asociarla con popularidad. A la que no le importa mentir, por estar convencida de que una mentira repetida mil veces se convierte en realidad. Pues nada hay más irreal que eso en estos tiempos de un vertiginoso avance de la tecnología, donde las mentiras pueden ser verificadas en segundos. Verificadas y desmontadas. Los tiempos cambiaron, las prácticas de cierta dirigencia política, al parecer, siguen intactas.