Embustero es un adjetivo definido por la Real Academia de la Lengua Española como una persona que dice embustes: una mentira disfrazada con artificio; baratijas, dijes y otras alhajas curiosas, pero de poco valor. La palabra calza bien en estos tiempos electorales. El correísmo, experto en la divulgación de noticias falsas, como el apoyo de Richard Carapaz el expresidente Rafael Correa tras la ratificación de su sentencia a ocho años de prisión por una trama de sobornos montada durante su gobierno, se ha dedicado a mostrar curiosas encuestas o dudosas encuestas donde pone a su extraño alfil como el ganador de las elecciones de 2021.
Su alfil no solo ya se cree presidente sino que ya ordena a la directora gerente del FMI a emitir derechos especiales de giro a favor de Ecuador para sortear la crisis, luego de asegurar que no reconocerá los acuerdos con el multilateral; es decir, no pagará la deuda que ha dado liquidez al país en momentos críticos. También ordena a la Unión Europea y llama a los otros candidatos, en un gesto de magnanimidad, a una campaña de altura después de asegurar que el correísmo es el único que sacará a Jorge Glas de la cárcel. Y tal vez tenga razón.
¿Cuál ha sido su mérito? Ser exfuncionario del correísmo en uno de los sectores desde donde se dispararon los casos de sobreprecios e irregularidades, la Secretaría de Contratación Pública.
Asambleístas involucrados en las irregularidades con los carnés de discapacidad creen que con unas disculpas públicas todo queda enmendado. Nada ha pasado, porque de aquí en adelante lo que importa es su reelección. Un exagente de la Secretaría de Inteligencia política del correísmo corre a los brazos del kirchnerismo para decir que fue obligado a decir tal o cual cosa, como si la evidencia de lo que hizo en Bogotá con un intento de secuestro, violando la soberanía de un país vecino, no existiera.
Una persona involucrada, detenida y extraditada desde Perú habla de que ahora, como ya es famoso, desde la cárcel piensa lanzarse a la política. Funcionarios públicos que acuden cada mañana a sus oficinas con grilletes. Algo pasó en la década pasada, cuando ser funcionario público era una lotería que finalmente terminó pagando el país entero, la abundante deuda con China, las grandes obras que ahora corren grandes riesgos como la hidroeléctrica Coca Codo Sinclair. Se hizo política de Estado la historia del más vivo, en lenguaje criollo.
Hay un tufillo que flota en el ambiente. Los sentenciados con abundantes pruebas son inocentes, los jueces y fiscales son amenazados en vivo y en directo. “Mi abrazo solidario a exfuncionarios públicos y empresarios que, por inhabilitarme a mí, perderán su libertad y bienes. Esta infamia no durará -sentenció el expresidente Correa, como en octubre pasado cuando ya estaba con las maletas listas en algún avión privado cuando una protesta casi termina por arruinar el país, antes de la pandemia-. Pronto, los únicos que pondrán una placa disculpándose serán los jueces y fiscales de esta farsa”. Así de directa es la amenaza. Así es el delirium tremens del poder perdido.
Los enjuiciados buscaron una candidatura porque les daba inmunidad que rima con impunidad. Los perseguidores quieren hacerse pasar por perseguidos. Los censuradores, gritan contra la supuesta censura. Los defensores de dictaduras hablan de democracia. Los aduladores hablan de pensamiento crítico. Los defensores de la propaganda y la ley mordaza hablan de periodismo. Y así.