Al lamentable espectáculo del expresidente Rafael Correa de intentar aceptar su candidatura a la Vicepresidencia de la República desde una tableta; imposibilitada por las reglas que él impuso en el Consejo Nacional Electoral en 2012, se ha sumado el intentó del expresidente Abdalá Bucaram, con arresto domiciliario, de trasladarse a Quito para aceptar su candidatura a asambleísta nacional.
Bochornoso espectáculo, el primero, porque las reglas de 2012 las puso el expresidente Correa que, al parecer, cree que la justicia solo es para los de poncho, no para él con tantos honoris causa y tantos juicios por irregularidades investigadas durante su gobierno. Bochornoso espectáculo, el segundo, porque creyó que con una candidatura podría evadir a la justicia. El populista con PhD, frente al populista sin PhD.
Sus vidas paralelas. Sus suertes paralelas. El uno procesado y sentenciado por una trama de sobornos montada en su gobierno, dinero para sus interminables campañas. Acuerdo entre privados, decía. El otro es procesado por delincuencia organizada, aparte de los muchos juicios iniciados en su contra tras un breve mandato. El uno permeneció diez años en el poder, el otro seis meses. El uno dejó la economía en números rojos, el otro también. ¿Quién es el maestro y quién es el alumno?, es una pregunta difícil de reponder.
Luego está el exjefe de la Secretaría Nacional de Inteligencia, Pablo Romero, que pidió permiso en la cárcel para ir a presentarse en el CNE; necesitaba aceptar su candidatura a asambleísta luego de ser arrestado en España, deportado y encerrado en Ecuador. También está Virgilio Hernández, quien aceptó su candidatura con grillete para parlamentario andino por el Centro Democrático.
¿De qué hablamos cuando hablamos de democracia?, ¿cuáles son los requisitos mínimos que debería cumplir un candidato? En Estados Unidos una sola sospecha sobre la deshonestidad de un candidato o un pasado poco transparente es suficiente para terminar con su carrera política, en Ecuador parece ocurrir lo contrario, es como si la cárcel, por delitos comunes, se convirtiera en la palestra política para algunos.
Tal vez ninguna de esas candidaturas prospere y al elector le quedará la tarea de mirar con lupa a los dirigentes de esos movimientos políticos que prestan sus nombres a sentenciados, prófugos, con grilletes, con arrestos domiciliarios para que con sus candidaturas se puedan refugiar en la impunidad, con el pretexto de la inmunidad.