La gran explosión de 2.750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas de forma insegura en la zona del puerto de Beirut llegó solo a agrandar la tragedia que ha vivido Líbano en los últimos años y que en el último se había convertido en crónica. Unas 300 mil personas se quedaron sin hogar, la cifra de muertos que llegaba a más de 130 seguía subiendo, el igual que el número de heridos. Según las autoridades, la zona del puerto simplemente ha dejado de existir.
Una tragedia que no hizo más que sumar golpes con el aparecimiento de la pandemia. Hasta antes de la explosión, los hospitales enfrentaban dificultades para atender a los enfermos por el Covid-19 y ahora deben atender la llegada de miles de heridos por la detonación, cuando su economía lleva casi un año en caída libre y crecen los temores de que se produzca una situación de inseguridad alimentaria. La destrucción del puerto dificultará el suministro de alimentos en el futuro.
Y no solo es la pandemia, Líbano se ha visto sumido en una crisis financiera que ha desencadenado una hiperinflación galopante. Miles de personas fueron arrojadas a la pobreza, casi un tercio de la población condenada a vivir por debajo del umbral de pobreza. Su deuda interna con respecto al Producto Interno Bruto fue la tercera más alta del mundo, con una tasa de desempleo del 25 por ciento.
A principios de octubre de 2019, la escasez de moneda extranjera llevó a la libra libanesa a una fuerte depreciación frente al dólar en un mercado negro que resurgió por primera vez en dos décadas. Líbano, antes de la pandemia, ya vivía cortes de energía diarios y falta de agua potable con una atención sanitaria pública limitada.
A mediados de octubre, el gobierno propuso nuevos impuestos sobre el tabaco, la gasolina y las llamadas de voz a través de servicios de mensajería como WhatsApp para aumentar sus ingresos, pese a que tiene una de las peores conectividades del mundo, la reacción violenta de la población obligó a cancelar los planes.