El futuro ya no es lo que era, frase del poeta y ensayista Paul Valéry, refiere la dinámica irrevocable del mundo, y cae como anillo al dedo en la coyuntura pandémica que nos aflige. El virus surgió y se expandió sin freno para cambiarlo casi todo, hasta lo que proyectábamos que podía ocurrir más adelante, por esto debemos reflexionar si conviene al individuo y la sociedad mantener el enfoque en lo que creíamos eran conquistas o metas a alcanzar de un planeta ideal, concebido eso sí, sin prescindir del consumismo, la inequidad ni el individualismo. Cual tutor perverso, el virus nos conmina a cambiar y adaptarnos.
Ahora resulta crucial descifrar si el mañana colmado de comodidades que nos parecía el fin último, vale la pena seguirlo buscando así sin más o, si cambiamos el rumbo, las herramientas y las prioridades. Primero hay que tratar de comprender cómo llegamos al presente, luego la situación actual, para después imaginar lo que nos conviene como humanidad para la vida en paz, sin miseria ni destrucción. Somos marineros -que no pasajeros-, del mismo barco que surca aguas turbulentas y contaminadas, así que es compartida la misión de definir con cabeza fría los próximos pasos para avanzar. Gobiernos, pueblos, organizaciones internacionales, ONGs, academia, el campo de la industria, los negocios y las instituciones financieras, somos responsables de centrarnos en lo esencial por encima de lo dañino y vano.
Ojalá aprendamos la lección, y utilicemos mejor el tiempo; prioricemos recursos para lo necesario; paremos el desangre de la tierra y las otras especies; potenciemos la ciencia y la tecnología para la vida; hagamos política de servicio ciudadano; utilicemos las instituciones para la democracia, y las leyes para castigar a los que abusan y roban nuestro futuro. Cambia todo en este mundo, como dice la letra de la canción de Mercedes Sosa. Algo tenemos que aprender del virus, ese maestro del dolor y la desesperanza. (O)
Texto Original publicado en El Telégrafo