Cuando a las personas nos apasiona la docencia, historias como las de Carolina Espinoza -profesora del cantón Playas de la provincia del Guayas-, se vuelven una especie de “impulsor directo” -basado en vivencias reales- para seguir creyendo que, cuando alguien escoge ser docente -en escuela, colegio, y/o universidad- el amor por el servicio a los demás es lo que le impulsa a idearse formas de incidir en las personas que, a ratos, parecerían formas que salen del comportamiento normal cotidiano, tal como ha sucedido con Carolina quien, a pesar de las adversidades para dictar sus clases, junto a “una bicicleta y visitas presenciales a domicilio” se preocupó por llegar con sus enseñanzas, también, a aquellos de sus estudiantes que, por dificultades de conectividad al internet, les era difícil conectarse. A esta forma de actuar ejemplar se la podría denominar “inclusión educativa llevada a la acción al interior del aula”.
Algo adicional que se debe resaltar -dentro del perfil de la profesora Espinoza- es que, para cumplir con su vocación docente, también, cumple otras multiresponsabilidades como ser esposa, madre y una persona activa que busca crear espacios para interactuar con los demás miembros de la sociedad -atiende su propio canal de Youtube llamado “Trabajando con Carolina” para dar apoyo a sus clases y a enseñar temas de gastronomía-. Es decir, Carolina se convierte en un claro ejemplo que, con dedicación, pasión y planificación; sí es posible hacer bien las actividades laborales que nos han encomendado llevarlas a la acción.
Este desempeño multifuncional me lleva a recordar que varios docentes -que he tenido la oportunidad de conocer- morirían en la labor cuando tendrían que dictar clases -durante un año académico- en 8 asignaturas que es lo que hace Carolina en medio de multiresponsabilidades y de limitaciones tecnológicas para enseñar y económicas para subsistir; sobre estas últimas, de acuerdo a palabras de ella misma, en estos momentos de pandemia, a los maestros se les adeuda alrededor de dos meses de sueldo; pero claro, para la profesora Espinoza, la llamita de la esperanza y la positividad que la tiene bien encendida es la que le impulsa a seguir adelante, lo cual, se resume en la siguiente frase de Carolina: “lo que estamos viviendo va a pasar, no va a ser eterno y todo el esfuerzo que hago está dirigido a sembrar el recuerdo en mis estudiantes de que estuve acompañándoles en los momentos difíciles de una pandemia que a todos nos tomó por sorpresa”.
Además del amor en sus estudiantes potenciado con el ejercicio de la empatía, también se debe reconocer en Carolina es su claridad de pensamiento y acción cuando públicamente reconoce a la educación como ese espacio de la vida que “lo es todo”; de ahí, el reconocimiento que se le va haciendo como una docente de profesión y sobre todo de corazón. Incluso, el gobierno nacional la reconoció, al otorgarle un premio sobre el cual ella dijo -inspirada en el espíritu solidario e inclusivo que la caracteriza-: “más allá de la placa hubiese sido mejor que mis estudiantes -con dificultades para aprender en estos momentos de educación no presencial- reciban una tablet, un acceso a internet ….”. Estas expresiones, como se puede apreciar, son claras indicaciones que, cuando se hace bien el trabajo que a una persona le apasiona, los premios y reconocimientos quedan en segundo plano, ya que, más grande, es el reconocimiento que le pueden hacer los beneficiarios directos del trabajo realizado; en este caso los estudiantes que, en los siguientes años, serán los que tomen el mando de una sociedad que, tal como está ahora, requiere de una serie de cambios profundos y estructurales que contribuyan a la construcción de una nación más solidaria, productiva, justa, innovadora e inclusiva.
“Más allá de la placa hubiese sido mejor que mis estudiantes -con dificultades para aprender en estos momentos de educación no presencial- reciban una tablet, un acceso a internet ….”
Con la historia de Carolina Espinoza, también, quedó en evidencia que, cuando el gobierno planteó que todos los niños y adolescentes deben recibir clases usando las plataformas digitales, una gran proporción de ellos, en la vida real, tenían serias dificultades para hacerlo de forma fácil -según la UNICEF: “en Ecuador, solo el 37 por ciento de los hogares tiene acceso a internet”-. De ahí, no resultó raro -de acuerdo a reportajes televisivos- ver a varios de ellos, incluso, subidos en un árbol para ver si mejora la conectividad. Otros, en cambio, contando los minutos para que no se agoten los planes que ellos tienden a comprar bajo la modalidad de prepago que, como sabemos, esos minutos son más costosos que cuando se tiene un plan de pago fijo mensual.
Finalmente, esta forma de actuar debería servir de referencia para otros ámbitos del quehacer nacional, por ejemplo, se me viene a la mente un par de casos: el uno vinculado a las instituciones financieras que podrían crear productos específicos para llegar a los excluidos -descartados como los llama el Papa Francisco- que, ahora, con la pandemia se van a sumar, de forma significativa, a los que históricamente ya venían siendo afectados por una exclusión estructural enraizada en la sociedad ecuatoriana por años. El otro caso, en cambio, tiene relación con las operadoras de internet que, también, podrían replicar la solidaridad e inclusión en acción de Carolina, ofreciendo formas de acceso a los aislados tecnológicos producto de un sistema económico que, lamentablemente, tiende a dar oportunidades, en mayor medida, a los que tienen el dinero suficiente que respalda la compra de un determinado bien y/o servicio, dejando, así, a los desposeídos para que solo vean esos avances desde afuera de las vitrinas en donde se los exhiben.
Estamos a tiempo para evitar que la exclusión termine generando resentimientos sociales acumulados en sectores de la población que perciben a la sociedad como selectiva a la hora de generar oportunidades en campos como: salud, educación, alimentación, transporte, vivienda; y es en estos espacios, en donde el buen ejemplo de acción inclusiva practicado por Carolina se pueda volver en un referente que motive, a otras personas, a evitar el acrecentamiento de la exclusión socioeconómica que, luego de la pandemia global, si no hacemos nada tenderá a ser más profunda y compleja.