El teletrabajo implementado en casi todo el mundo, a propósito de la emergencia sanitaria tiene dos tipos de análisis, uno operativo y otro funcional. Con el teletrabajo las empresas optimizan sus recursos, quizás en nuestro medio esta modalidad es nueva, pero en el mundo el teletrabajo y la educación online no lo son. Con esta modalidad se reducen los costos porque no se necesita una locación, se ahorra tiempo en la movilización, al trasladarse a un lugar de trabajo o de estudios, que a la final es un tiempo improductivo. En ese sentido una dimensión funcional del trabajo a distancia implica la optimización de un conjunto de recursos, por ello es posible que no se deje de lado esta actividad, aún cuando sea controlado el Covid-19. De pronto viene para quedarse, sobre todo en las áreas en dónde el trabajo presencial no es necesario.
Por ejemplo, en una agencia de publicidad en donde se articula el trabajo del creativo con el ejecutivo de cuentas, sin que ello implique su presencia en la oficina. Esto es una ventaja para las personas porque pueden tener más tiempo para su familia y estar en su hábitat natural.
La reacción en contra del teletrabajo tiene que ver con ciertos paradigmas, con ciertos usos y costumbres que nos hacen ver y pensar, que es necesario estar en un determinado lugar para cumplir las actividades. Esos cambios implican una especie de resistencia por parte de los antiguos modelos. Cuando en el lejano oeste, en los Estados Unidos, se hacía el transporte por diligencia de repente llegó el tren y tal vez hubo gente que pensó que esa locomotora no era tan segura, obviamente el destino de la diligencia era acabarse porque realmente los aspectos positivos del tren dejaban muy lejos a los negativos, hay una dimensión funcional.
En cuanto a lo ideológico no ideología política, sino en el sistema de valores, de creencias, usos y costumbres, esa visión del mundo se articula específicamente con el tema de la pandemia del Covid-19. Tengo percepciones de qué este tema no es lo que parece ser, sino que detrás hay una estrategia relacionada con resetear la economía mundial, con hacer menos sostenible a las ciudades porque hoy es el Covid-19, mañana será el SARS-4.
Las ciudades que son altamente contaminantes tendrán cada vez menos atractivos. En Europa, específicamente en España un país que ha hecho especial énfasis en todos los temas vinculados con el distanciamiento social, incluso el presidente del gobierno español donó más de $150 millones a una fundación, para dirigirlos hacia la Organización Mundial de la Salud (OMS), por el tema del nuevo coronavirus, a la cual Estados Unidos le quitó el financiamiento. Ahora, al caminar por las calles de Madrid y de Barcelona se encuentra una España vacía y en esas condiciones están varios lugares, ciudades o pueblos, prácticamente abandonados, pese a tener parajes realmente hermosos. En los lugares que están afuera hay más movilidad, hay un tema ideológico de fondo relacionado con el nuevo coronavirus y el distanciamiento social.
Una cosa es que el teletrabajo sea una opción y otra, una obligación, una especie de consigna vinculada con otros aspectos, no sólo con el tema del distanciamiento social convertido en un valor en la nueva normalidad, que implica restricción a las normas, al concepto de adaptación vinculada con ciertas disciplinas afines al poder, porque toman el paradigma de la ideología; en donde el otro se convierte en un peligro, un enemigo como lo es supuestamente este virus. Sin embargo, se encarna en el otro, entonces tenemos que distanciarnos no del virus, sino del otro. Y esto va a dejar graves secuelas en la subjetividad.
Hay ciudades que han vuelto al feudalismo, si uno va por la ruta del sol, se encuentran puntos como Olón, en donde prácticamente habían barreras que impedían el paso, porque están cuidando su hábitat y en ese ámbito, el enemigo es la ciudad, el citadino.
Pero el otro enemigo se articula con el teletrabajo porque es la manera de estar distante con el otro, de abrazarse, de no saludarse.
Si en la ciudad la gente ya era aprensiva con el otro, subía las ventanas del vehículo por la delincuencia y el temor, ahora es peor, el enemigo ya no es el extraño que se puede acercar a tu vehículo, el enemigo puede ser tu mamá, tu hijo… haciendo una metáfora animalesca se ha puesto un bozal a la gente y tiene que ver con una cuestión de domesticar.
En el sentido de optimización el teletrabajo es algo positivo, pero en el de articulación de todo el proceso, tiene un interés de fondo en la medida que todos están circunscritos a la red y son más fáciles de controlar. En China y otros lugares del mundo, a partir de este tema, tienen la posibilidad de aplicar una app de Google, para alertar si alguien está más cerca que el distanciamiento recomendado, si hay alguien cerca que porta el virus o tiene fiebre alta. Entonces uno pasa a ser alguien del que tienen que distanciarse; pero estos elementos tecnológicos realmente a lo que llevan es aún mayor control social.
El tema del Covid-19 es una pantalla, una especie de camuflaje de control social y un individuo pasa a ser controlable porque monitorean su contenido, su geolocalización, es decir dónde está y hacia a dónde va. En este aspecto hay tres dimensiones: los zombies que son los que se han dejado de involucrar en este tema, los asintomáticos y aquellos que son los que han armado el truco y la trampa.
Si se investiga dónde está la prueba del virus, no está claro y ese es el problema. La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece que las mascarillas solamente tienen que ser usadas por personal médico, paramédicos y personas que estén en contacto con otras contagiadas o aparentemente asintomáticas, el resto no. Eso dijeron, aunque la OMS ha tenido un rol bastante extraño en todo esto. Si va a un supermercado le dicen es obligatorio estar con mascarilla para protegerle a usted y a los demás, es una norma para convertirlo en alguien que cumple instrucciones y que no las piensa. Tiene que usar mascarilla, tiene que ponerse el gel y hacer el teletrabajo, no son opciones, se ha perdido toda una dimensión de criterios y de decisión de las personas. En España se ha multado a aproximadamente 1 millón de personas por incumplir las normas, es decir apuntan al bolsillo. La historia de la humanidad está llena de conspiraciones y pensar que no las hay es un error de análisis histórico.