Luego de casi dos décadas -con el aparecimiento del enemigo invisible (covid-19)- la seguridad del ser humano vuelve a ser el punto de preocupación de un mundo hiperconectado, en donde miles de personas tienden a movilizarse, diariamente, entre países. Teniendo, así, bajo ese escenario -como parte de la historia contemporánea de la humanidad-, dos puntos de inflexión que han obligado a las naciones en su conjunto a realizar cambios significativos; el uno activado el 11 de septiembre de 2001, cuando, en nuestras pantallas de televisión, muchos recordamos el momento en que dos aviones destruían brutalmente -en Nueva York- dos edificios emblemáticos de Estados Unidos de Norteamérica -las Torres Gemelas, parte del World Trade Center- producto de un atentado terrorista que se convertiría, en materia de seguridad aérea, en el acontecimiento a partir del cual las condiciones para viajar entre países cambiaron radicalmente.
El otro punto de inflexión, es el que se ha activado en este 2020 producto de la pandemia global relacionada al covid-19 que, originada en China -a finales de 2019-, debido a la hiperconexión mundial y a lo que ahora está en discusión -la actitud reactiva y no proactiva inmediata de las autoridades de salud internacional- se propagó velozmente por todo el mundo, dejando secuelas en la integridad de miles de personas que, incluso, han perdido su vida como consecuencia de este virus imperceptible a primera vista del ojo humano y que, hasta la fecha, no ha sido contraatacado con una vacuna eficaz que ayude a recuperar la tranquilidad de quienes habitamos el planeta Tierra.
Estos dos golpes fuertes, han cambiado la percepción y preocupación por la seguridad aérea y, ahora, por la bioseguridad. Antes de septiembre de 2001, por ejemplo, subirse o bajarse de un avión no tenía mayores dificultades -más que tener los papeles de viaje en regla-, pero, luego de los ataques a las Torres Gemelas -hasta los actuales momentos-, se impusieron una serie de controles de seguridad antiterrorista que vuelven a los viajes cansados e incómodos; lo cual, ahora, se verá potenciado -a pretexto del covid-19- debido a que la tendencia por garantizar la seguridad del ser humando se volcará -para disminuir posibilidades de contagio- hacia los sistemas de control del buen estado de la salud de los pasajeros que decidan cruzar las fronteras de sus países de origen. Es decir, las exigencias de seguridad serán de doble vía: seguridad aérea pro antiterrorismo y bioseguridad pro disminución de los efectos negativos de la contaminación de virus que se trasladan desde el interior del organismo de los seres humanos.
En este escenario global -en donde han transcurrido casi dos décadas-, uno de los sectores que, en su momento, ha sido afectado en mayor grado es el turístico que, ahora, parecería la afectación va a ser mayor ya que, por el miedo al contagio del covid-19, las personas tienen muchos recelos y miedos de movilizarse entre países y, si llegarían a los posibles países destino, esas signos comportamentales se trasladarían a la demanda de los servicios de alimentación y alojamiento que, si no se establecen -de forma seria, técnica y transparente- las medidas preventivas respectivas, se convertirían en los grandes obstáculos para recuperar la confianza de los consumidores de toda la cadena de actividades productivas que gira alrededor del turismo -fuente importante, por su gran efecto multiplicador, de generación de puestos de trabajo directos e indirectos-.
De ahí, como parte de los desafíos de la nueva normalidad -luego de la cuarentena por el covid-19-, los negocios relacionados al sector turístico son los que “más” vienen trabajando y seguirán trabajando en la creación de protocolos de bioseguridad que ayuden a ir cambiando los miedos de los consumidores por comportamientos que, sobre la prevención, la disciplina y la prudencia, vayan incidiendo en la tranquilidad de las personas y, con ello, puedan ir pensando, nuevamente -como en la antigua normalidad fue su curiosidad e ilusión-, por viajar y conocer otras culturas, paisajes y acumulados históricos que ayudan a conocer el pasado, comprender el presente y proyectar el futuro de nuestra humanidad.
Acompañando a los protocolos de bioseguridad, es importante que, en escenarios como el actual, los operadores turísticos también trabajen en acciones estratégicas dirigidas a disminuir el peligro de la afectación negativa que se tiende a originar en las malas noticias -muchas de ellas falsas- que, por su poder destructor, podrían ahuyentar a aquellos turistas que, con espíritu de mayor riesgo inspirador, empiecen a interesarse por visitar algún país y, claro, por su seguridad, buscarán destinos que ofrezcan -sobre la base de una especie de coraza protectora- una serie de garantías que contribuyan a disminuir al máximo la posibilidad de contagio de virus como, actualmente, del covid-19.
Este último punto, también debe ser considerado por todos los demás sectores económicos que integran el tejido productivo nacional, ya que, el éxito de la implementación de acciones pro bioseguridad, dependerá de una buena y verdadera comunicación en donde los líderes que informan pasen de ser “asustadores” a auténticos “orientadores sociales”; para lo cual será necesario que dejen a un lado las pretensiones egoístas del protagonismo individual -vaya usted a saber con qué fin- que, sustentado en el desconocimiento de la mayoría de la población sobre la pandemia del covid-19-, se han dedicado -con sus mensajes-, en varios de los casos, a incrementar el miedo de la gente y, con ello, activar su desconfianza a la hora de volver a incorporarse a sus actividades laborales que ayuden a la reactivación diferente que exige el paso hacia la nueva normalidad.
Cuando se habla de confianza -como variable clave para reactivar a una nación- será fundamental, para su recuperación y fortalecimiento, la interrelación de una triada estratégica integrada por: las empresas -cumpliendo lo que dicen en sus discursos publicitarios y obedeciendo las exigencias de las normas y procedimientos establecidos por los organismos estatales competentes-; las autoridades de control -exigiendo, vigilando, verificando, monitoreando y sancionando con dureza a los tramposos e indisciplinados-; y los propios consumidores -eligiendo al proveedor cumplido y honesto y, además, vigilando y exigiendo que las empresas y autoridades de control cumplan con sus responsabilidades que, al final, buscan una buena convivencia social en situaciones de crisis-.
Finalmente, cuando las necesidades de seguridad surgen como focos de atención hacia ámbitos específicos -en 2001 hacia el antiterrorismo y en 2020 hacia la bioseguridad-, va quedando claro que los satisfactores de esas necesidades “imprevistas” van surgiendo en el camino producto de un aprendizaje continuo obtenido en los hechos que se van dando en la vida real y en la creatividad espontánea emergida como medio para ir construyendo un estado emocional que le ayude, al ser humano, a sentirse más seguro cuando demanda un determinado bien y/o servicio relacionado a la necesidad de seguridad identificada y focalizada en un determinado tiempo y espacio.