Su historia se hizo viral en redes sociales y pronto saltó a los medios. Ahora su historia recorre el mundo, es la historia de Carolina Espinoza que pedalea a diario desde Playas de Villamil varios kilómetros para llegar a casa de cada uno de los alumnos que, por falta de internet, no lograron asistir a sus clases virtuales.
Ella tiene 42 alumnos a su cargo y enseña temporalmente a otros 41, niños de entre 11 y 12 años a los llama sus hijos, entre ellos chicos con síndrome de Down por los que tiene un especial aprecio. Tras sus clases virtuales agarra su pizarra, se pone su mascarilla y gafas de protección, se monta en su bicicleta y pedalea hasta encontrar a los alumnos a los que no pudo ver en la pantalla para darles clases particulares, porque conoce sobre la dificultad del acceso a la Internet.
Ella, una madre con tres hijos, está consciente de que muchos de los niños ni siquiera saben lo que es un computador. Cuando da con ellos monta su pizarra en una acera y desde ahí les actualiza en sus clases impartidas antes por Zoom, para evitar el retraso en sus estudios y dar a todos la oportunidad de acceder al conocimiento.
Muchas de las familias de estos niños vivían de la venta informal con ingresos diarios de uno o dos dólares que ahora ni siquiera eso tienen por el confinamiento en la emergencia sanitaria. Su lema de vida, según declaraciones dadas a la agencia Efe, es que educar significa dar sin recibir nada a cambio.
Es una mujer que pedalea por la vida, por la educación, por impartir el conocimiento. Sin importar el sofocante sol de Playas o las distancias que la separan de sus alumnos. Es una historia de esperanza en medio de una cruel pandemia que ha dejado miles de muertos, millones de contagiados, millones destinados al confinamiento, al aislamiento en sus casas, para los que tienen techo. Una historia que se escribe mientras se desarrolla.
Carolina Espinoza es otra de esas heroínas que dan sentido a la vida. Que hacen que la palabra vida adquiera otro significado. Que va pedaleando bajo el sol con su pizarra bajo el brazo, su pan de cada día. Es una historia de esperanza en medio de la tragedia.