El Informe a la Nación del tercer año de Gobierno estuvo marcado por la virtualidad, producto de la pandemia del coronavirus. No había barras, ni gente haciendo calles de honor, ni caravanas, ni jeps descapotables. Un informe que comenzó con la confesión del presidente de la Asamblea de que llamaron a su puerta para intentar un golpe de Estado. ¿Cuándo?, ¿quién golpeó sus puertas? La indirecta al parecer afectó al correísmo que inmediatamente comenzó una campaña contra César Litardo en redes.
¿Lo hubo? El guión de octubre se intenta reproducir ahora. El correísmo tiene menos aliados, porque el año electoral comenzó, y sus razones pueden sonar más miserables en medio de una emergencia sanitaria que el Ecuador enfrenta sin los recursos farreados en diez años, sin fondos de ahorro a los que tildaba de fonditos para las colas.
En los últimos días la actividad del correísmo en las redes sociales parece de las 24 horas del día, los siete días a la semana. Se supone que eso debe pagarlo alguien. Porque sostener medios digitales, con productos multimedia, no sale gratis. Necesita inversión. ¿De dónde salen esos recursos? ¿Quién financia esos medios (no periodismo) cuyo único objetivo es crear noticias distorsionadas como en la mejor época de administración de la comunicación gubernamental a cargo de los hermanos Alvarado?
Estos tres años del gobierno de Lenín Moreno ha mostrado que la estructura administrativa montada en diez años de correísmo para garantizar los niveles de impunidad se mantiene y hasta ha resucitado en los sectores afectados por el recorte presupuestario, porque se cree posible obligar al Estado a sostener empresas en quiebra, así sea sin recursos para enfrentar la pandemia.
Desde el correísmo se acusa a este gobierno de hacer ajustes en el aparato burocrático del Estado, en una emergencia sin precedentes, y se olvida de todos los recortes que hizo en la salud, con médicos despedidos para usar ese presupuesto en convenios con Cuba, con el fin de traer médicos de ese país a ocupar sus plazas, o su famoso proyecto Prometeo que intentó el control de todo el sistema de educación superior con millones botados en planes como Yachay. La ilusión de la intelectualidad comprometida.
Ahora tal vez resulte fácil olvidar quién quitó el Fondo de Cesantía al magisterio y hasta la personaría jurídica de la UNE. Quién intentó arrebatar la sede de la Conaie porque, nada más y nada menos, era una organización que hacía política en una década donde él único autorizado para hacer política era el movimiento del correísmo, con recursos públicos y privados, como lo ha demostrado las investigaciones en torno al caso Odebrecht. Tal vez resulte fácil olvidar quién despidió a miles de trabajadores del sector público con el montaje de un sistema de administración paralelo. Quién instituyó el espionaje como arma de destrucción política.
Los resultados de las últimas elecciones seccionales mostraron la capacidad del correísmo para aprovecharse de la dispersión de su antigua oposición. Cuando todos quieren reinar, solo reina el caos. Tres años de una permanente campaña para crear caos.
Los tres años del gobierno de transición, porque ese fue otro mensaje del informe a la Nación tal vez desapercibido, fueron tiempos en los que el correísmo intentó imponer a patadas la tesis de que seguía siendo popular con frases y prácticas copiadas de revoluciones añejas. Primero fueron los micrófonos descubiertos en Carondelet, los informes a los que tenía acceso ilimitado el expresidente. La millonaria campaña por el No en la consulta popular que perdió y echó por los suelos el plan del correísmo de gobernar 300 años. Hasta que se encendió la mecha de octubre por la desatención del Gobierno a ciertas señales de descontento que estaban ahí.
La convocatoria a nuevas marchas que amenazan con revivir el octubre pasado se da en una semana donde la justicia podría decidir la libertad del expresidente Jorge Glas, sentenciado por un caso de corrupción. ¿Otro octubre? Al correísmo se le está pasando el tren, su tren. Mi tren…, My precious, como diría Gollum, el personaje de Tolkien cuyo único fin en su eterna vida llena de envidias y odios era poner zancadillas en el camino para apoderarse de lo que cree su tesoro. Suyo y de nadie más.