La proclividad al desorden y al caos es parte de la razón de ser del ecuatoriano, es tal vez la reflexión central de Juan Valdano en su último libro: La nación presentida, 30 ensayos sobre Ecuador. La comunidad imaginada a la que identificamos como nación ecuatoriana. Y a quién no le puede venir a la memoria ese libro luego del anuncio de la ministra de María Paula Romo de que una vez cumplida la cuarentena (40 días con sus noches) por la emergencia del Covid-19, el país debe prepararse a una nueva normalidad, que no implica volver al caos, ni al desorden de las discotecas o los centros nocturnos ni a las barras bravas ni a los partidos de fútbol con estadios llenos ni a los chupes en las esquinas de los amigos. Una nueva normalidad con reglas de cumplimiento obligatorio. Ni siquiera el transporte interprovincial será habilitado. Pero ni bien salió el anuncio, ya todo se debía a las presión de los empresarios y banqueros. Que no estamos preparados, que somos indisciplinados, que ni siquiera se pudo hacer cumplir el toque de queda. Tal vez de boca de los mismos que incumplían las normas del aislamiento.
La política nacional, tal como la practicamos y vivimos, ha llegado a ser una expresión más de nuestra cultura del caos donde cada gremio, partido o región luchan por su parcela de intereses. ¿Y el bien colectivo, el país, las grandes causas de esta nación a quiénes interesan?, decía Valdano. Un país que pudo sepultar a sus muertos en Guayaquil y no ha podido sepultar el regionalismo o el particularismo, en una historia que se repite ad infinitum.
La responsabilidad individual está bien para los discursos, para evitar los meas culpas, para cargar en los otros las culpas en los indisciplinados, en los farristas, en los que no son buenos ciudadanos ejemplares, en los que tienen hambre, en los que comenzaron a poner banderas rojas en su casa como un SOS de que tienen hambre. Los culpables, si hay un rebrote del coronavirus tras un retorno a la nueva normalidad, no seremos nosotros sino los otros.
Si no intentamos convivir en la calle con una enfermedad que llegó para quedarse qué. ¿Pasamos encerrados un año, dos…? ¿Con qué recursos? Es muy cómodo teclear desde las cuentas de Twitter, Facebook o Instagram el advenimiento del apocalipsis. Es muy cómodo desabastecer un supermercado con las tarjetas de crédito en un país donde solo el 34% de la población adulta tiene algún tipo de ahorro y solo uno de cada dos ecuatorianos tiene acceso al sistema financiero formal.
La nueva normalidad no va a significar que todos podrán hacer lo que quieran. En la nueva normalidad el respeto al otro, a la salud del otro, será una norma básica de convivencia. Y está en todos velar porque eso se cumpla. No solo en las autoridades. El Estado no tiene los recursos para poner un policía en cada puerta, ni el país lo soportaría, porque viola nuestras libertades.
Juan Valdano resume muy bien está incapacidad de trabajar en conjunto: “Tenemos conciencia —y lo repetimos con frecuencia— de que somos un país ingobernable. Tal parece que, luego de comprobarlo, hasta nos regodeamos con la noticia. Una actitud que nada tiene de extraña. La ingobernabilidad es solo un aspecto de ese estado de caos social en el que nos debatimos permanentemente. La política nacional, tal como la vivimos, ha llegado a ser una expresión más de nuestra “cultura” del caos. Cada gremio, cada partido, cada región luchan por su parcela de intereses. Algo chiquito, es verdad, pero que repleta la voracidad del bolsillo de unos pocos. ¿Y el país, y el bien colectivo, y las grandes causas de la nación, a quiénes interesan? Al magisterio fiscal lo que menos le convoca es la educación pública; al transportista no le interesa la vida y seguridad del pasajero que ocupa su vehículo. ¿Qué podemos decir de ciertos banqueros, qué de los dirigentes del deporte nacional, qué de los empleados del Seguro Social?”
Si es sí, por qué sí; si es no, por qué no. Si el Gobierno hubiera prolongado la cuarentena de seguro la discusión habría girado en torno a qué se trae entre manos para mantenernos encerrados tanto tiempo.