“Si todo sale como marca el guion escrito por los expertos, con el paso de los años la historia probablemente se cuente más o menos como sigue: a principios de 2020 las economías occidentales vieron caer, una detrás otra, todas las piezas de su engranaje por un coronavirus. Primero los confinamientos para evitar los contagios obligaron a echar al cierre al sector servicios, pilar de la economía en este lado del mundo. Tras él fueron la industria y la construcción, que dejaron en tiempo récord un horizonte yermo. Los Estados quedaron, durante semanas, como único dique de contención para evitar que el hundimiento fuera total”.
Ese es el resumen que hace El País de España, uno de los países más golpeados por el Covid-19, sobre lo que está viviendo el mundo ante la amenaza de un virus no invitado sobre el que se han desarrollado muchas teorías conspirativas desde su creación y aspersión para evitar el surgimiento de Wuhan como polo de desarrollo capaz de eclipsar al Partido Comunista Chino hasta la del murciélago, tal vez la explicación mas sensata aunque ya puesta en duda.
Los cierto es que todos los Estados y Gobiernos del mundo trabajan en la actualidad para redoblar los planes de ayuda porque aparecen como el único sostén ante el derrumbe, hasta cierto punto, de la esperanza de los ciudadanos, obligados a quedarse en casa para evitar una tragedia de proporciones épicas. Un desastre inmenso, comparado con la Guerra de Troya o la lucha contra el terrorismo y las drogas juntas. Estados Unidos ha sido el primero en salir al frente con medidas temporales y reversibles que dan al Estado el papel protagónico en esta crisis de magnitudes todavía desconocidas.
Es una tragedia que debería evitar las distancias entre los actores políticos, pero en Ecuador el afán de protagonismo de ciertos líderes y movimientos sociales es puesto por encima de las intereses del país y de los ciudadanos en general.
El Gobierno ha anunciado una serie de medidas tendientes a amortiguar lo que se viene y se vive por la cuarentena, primero con mensajes simbólicos como la reducción a la mitad de los salarios de las autoridades nacionales, seccionales y de los asambleístas y el presidente de la Asamblea ya salió a calificar la medida como populista.
La alcaldesa de Guayaquil,, Cynthia Viteri, salió de su aislamiento por sospecha de Covid-19 para pedir al Gobierno central que dejen actuar al Municipio porque, con la ayuda internacional, podía solo con la crisis desatada por la pandemia en esa ciudad.
La Conaie y otros líderes de izquierda, que desde Montecristi enarbolaron la bandera de más Estado y menos sector privado, cuestionan el protagonismo del Estado porque las medidas estarían beneficiando a las grandes empresas, al gran capital que ha acudido en primera línea a poner recursos para enfrentar esta crisis; capitales que no serán deducibles de impuestos como esos líderes comenzaron a insinuar en la redes sociales para menospreciar los fondos de ayuda creados. Tal como el correísmo despreció los fondos de ahorro con los que contaba el Ecuador para vivir la gran fiesta, su gran farra.
El país anímicamente todavía no está roto. Eso no significa que no pueda romperse si cada quién quiere caminar por su lado, hacer de su ínsula una ínsula Barataria como la de Sancho Panza, el fiel escudero de Don Quijote de la Mancha.
Y todo esto sin contar con la ya especie de complot contra el país que quiere montar el correísmo en redes sociales porque su único objetivo parece ser intentar llevar al Ecuador a la ruina culpando a otros por la falta de recursos, cuando solito se encargó de dejarlo en soletas, sin fondos de ahorro, para satisfacer su vanidad y su ego.