Icono del sitio Dialoguemos

El último día de la cuarentena

Tiempo de lectura: 2 minutos

Este domingo el país cumple la cuarentena, los cuarenta días con sus noches de un aislamiento necesario para prevenir la propagación de coronavirus. El mensaje de #QuédateEnCasa se masificó a lo largo y ancho del país. Con sus excepciones, el mensaje caló en una sociedad que comprendió una cosa sencilla: sin salud no hay economía, ni empleo a proteger. En el camino, Ecuador aprendió sobre la importancia del fortalecimiento del sistema sanitario casi desmantelado y entregado a Cuba, como parte de su aparato de propaganda en el anterior Gobierno. Miles de personas, entre médicos, enfermeras, especialistas en salud mental y personal sanitario se sumaron casi de manera voluntaria en esta lucha un poco más que épica. Pero…

El miedo ha desatado una pandemia peor que la enfermedad, el antónimo del síndrome de Estocolmo. En algunas ciudades y países que se dicen desarrollados se ha desatado una especie de cacería de brujas contra quienes están en la primera línea de batalla. Contra quienes se encierran todo un día en un hospital para salvar miles de vidas, que puede ser la de usted, la de su vecino, la de su amigo, la de su familiar, la de su pareja…

Los relatos son desgarradores. Según la agencia Reuters, un médico de la ciudad colombiana de Cali fue forzado a abandonar su apartamento solo ocho días después de haberse mudado, por las presiones de otros residentes del edificio que temían ser contagiados con el nuevo coronavirus.

“(La dueña) me dijo que la gente estaba muy asustada -relató-, que ellos habían optado que si yo no me iba del apartamento entonces ellos (los vecinos) se irían y ni siquiera le iban apagar la penalización del contrato de arrendamiento, porque la situación de que yo me hubiese pasado a vivir allí no la había generado ellos”.

En toda América Latina, los trabajadores de la salud han reportado una creciente hostilidad por el temor a ser focos de propaganda del nuevo coronavirus. Amenazas de muerte escritas en las paredes, en los más extremos de los casos, prohibición para el uso de espacios comunales…

“Después de un rato, ante la frustración de no saber qué hacer, perdí el control, empecé a llorar, no podía hacer más, tenía mis familiares al teléfono pidiéndome que me calmara -confesó- (…) Ni siquiera escuché qué me estaban diciendo porque ni siquiera podía hablar, porque las palabras me salían entre gritos, sollozos y lágrimas. (…) Sí sentía una decepción enorme no solo por los vecinos sino por entender cuál era el comportamiento real de la humanidad ante el miedo y ante el desconocimiento y la ignorancia que caracteriza a muchas personas”.

La pregunta sencilla es, ¿si se van los de la primera línea en una guerra a quien les toca entrar en la avanzada? Igual pasa en Ecuador, porque dadas las medidas del paso del aislamiento a la distancia en las redes sociales todos parecen sentirse cómodos con la situación actual. La Conaie amenaza, los sindicatos amenazan, los empresarios amenazan, los líderes políticos dicen que esto yo lo habría podido manejar mejor. Nadie da soluciones, solo ultimátums.

En estos momentos, en el proceso de transición del aislamiento al distanciamiento, hace falta una ley o una norma u ordenanza para que todos los solidarios y expertos sanitarios en redes sociales, en crisis como esta, hagan trabajo comunitario en los hospitales, aunque sea en tareas de desinfección, si sus afirmaciones se basan en fake news.

Salir de la versión móvil