Desde el inicio de los juicios penales contra el exvicepresidente Jorge Glas por los sobornos en la trama montada por la constructora brasileña Odebrecht en 12 países, incluido Ecuador, se ha intentado montar el simulacro de que él es una víctima, porque denunció la corrupción en un Gobierno que recién empezaba.
El discurso montado por el expresidente Rafael Correa ha sido el de intentar posicionar que hubo traición por parte del actual Presidente a sus ideales. ¿Cuáles? ¿Los de convertirse en un Putin latinoamericano rodeado de adlátares, o el remedo de un Fidel Castro que ni siquiera pudo morir en Honduras como había prometido desde un cómodo avión cuando supuestamente iba a restituir en el poder a Manuel Zelaya en un trayecto de 15 horas, su mayor esfuerzo?
Y no ha escatimado esfuerzos ni recursos las 24 horas del día, los siete días de la semana, para prometer, primero, que volverán los días de gloria; después, el de resistiremos y venceremos; luego el de Asamblea Constituyente; más luego el de volveremos sin odio, pero con memoria, y finalmente con el de a recuperar la patria.
El discurso ha dado vueltas sobre la misma idea, una vieja estrategia de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Una verdad falsa. Una paradoja infantil, porque ni siquiera llega a ser paradoja. Es un discurso que pensó en la posibilidad de derrocar al actual Gobierno por redes sociales y las fake news. Su primer gran intento ocurrió en octubre de 2019 cuando salió el Decreto que eliminaba el subsidio a la gasolina extra y al diésel.
La bomba molotov se armó y el expresidente Correa ya estaba listo para volver al país. Pensaba que sería el nuevo Velasco Ibarra, con multitudes esperándolo a que arreglara los entuertos. Nunca hubo tantos recursos en esa movilización. Nunca tantas fake news. Los discursos sobre los que se montó en el poder en el 2006 parecían haber coincidido nuevamente. Lamentablemente, para ese grupo político, nunca nadie lo espero. Lo único que no hay es el olvido, decía Borges.
El intento de golpe de Estado quedó desmantelado, en un contexto absolutamente político porque la credibilidad perdida simplemente está perdida.
La pandemia del coronavirus, que ha puesto en entredicho los sistemas de salud de las principales potencias del mundo, tanto de occidente como de oriente, ha sido el pretexto para que ese grupo político volviera con su mismo discurso. El expresidente Correa ni siquiera se ha inmutado en calificar como criminal al Gobierno actual porque un virus se ha desplegado por todo el mundo con una velocidad inusitada.
Desde ese lógica, su Gobierno hubiera podido ser calificado como el mayor criminal de la historia porque en un solo día un terremoto mató cientos de personas, dejó miles de damnificados, destruyó miles de hogares, y él no hizo nada para evitarlo. Esa sería la analogía con el actual discurso correísta. ¿Por qué no se actuó a tiempo para cercar el virus?, sería cómo preguntar ¿por qué no se avisó a tiempo que iba ocurrir un terremoto en Manabí y Esmeraldas para que evacuaran esas provincias?
Es la lógica de la perversidad. Porque, al parecer, desde ese discurso todo vale. Todo vale para reclamar la libertad de una persona sentenciada por un acto de corrupción. Es en lo que se halla esa bancada en la Asamblea con un proyecto de ley. Estamos en una crisis sanitaria sin precedentes, pero ¿cuál es la solución para detener la expansión del coronavirus? La libertad de una persona sentenciada por corrupción. Infamia es que le llaman.