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Proactividad puesta a prueba con el coronavirus

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Definitivamente, cuando en el país se presentan situaciones que tienden a alterar su funcionamiento cotidiano normal, lamentablemente, la “actitud reactiva” es la que tiende a predominar sobre la “proactiva”, pues, ahora, con el aparecimiento del coronavirus, nuevamente, se puede evidenciar que la improvisación está por encima de lo que debería ser una planificación basada en planes contingenciales que, una vez ocurrido un determinado escenario, se puedan activar y, así, la población sepa cómo reaccionar, evitando, de esa manera, el aparecimiento de situaciones de pánico social que, en última instancia, terminan confundiendo a todos y, más bien, generando cuadros en donde la desinformación -potenciada por los mensajes maliciosos de las redes sociales virtuales- lleva a que la población, sobre la base del instinto de sobrevivencia, tome decisiones erróneas que, inclusive, podrían afectar a su propia integridad física debido a que las reacciones producidas son instintivas y no debidamente razonadas sobre la base de mensajes orientadores que hayan recibido anticipadamente y, así, saber cómo actuar proactivamente ante determinada situación negativa.

El país ya vivió, hace casi cuatro años, la ocurrencia de un terremoto de magnitud significativa, en donde, de acuerdo a los relatos de sobrevivientes, la gente, al momento de reaccionar, en la mayoría de los casos, lo que hizo fue usar la primea estrategia que se le vino a la mente: “corra y sálvese quien pueda”; pero, si la población hubiese estado bien educada a la hora de saber qué hacer ante circunstancias adversas como es un terremoto, el número de vidas humanas que se perdieron, probablemente, hubiese sido menor; si a eso sumamos que, como comportamiento proactivo y no reactivo, el control de las construcciones -como medida preventiva- exigía el cumplimiento previo de requisitos mínimos y, además, evitaba la presencia de la corrupción, también las vidas humanas hubiesen estado a mejor recaudo. Y, por supuesto, la famosa “mochila de emergencias”, simplemente, no estaba creada o lo que contenía se encontraba ya caducado o consumido previamente. Este tipo de comportamiento “reactivos” son producto de la ausencia de una educación y comunicación preventiva que, bien gestionada, podría ser una forma efectiva de protección proactiva frente a eventos que su ocurrencia, difícilmente, puede ser predeterminada.

En el caso de la comunicación con fines preventivos -dirigiendo el análisis al caso del coronavirus-, esta debería ser orientada a explicar a la población -basándose en argumentos técnico científicos, más una explicación didáctica que pueda ser comprendida por todos- sobre aspectos como: ¿Qué mismo es esto del coronavirus?, ¿Por qué genera preocupación global?, ¿Qué mismo es una epidemia y una pandemia -de las cuales tanto se habla-?, ¿Cuál es la diferencia entre caso sospechoso y caso probable?, ¿Cómo se puede prevenir?, ¿Qué hacer en el caso de que una persona sea infectada?.

Ahora, claro, para responder de forma efectiva a las interrogantes planteadas, es importante que las respuestas sean generadas por fuentes oficiales y, así, evitar que el pánico social se imponga sobre el comportamiento inteligente que es fortalecido, solamente, si es alimentado con información confiable y no de cualquier fuente presente, principalmente, en las redes sociales virtuales, en donde, como una mala práctica de comunicación colectiva, mucha de la información que circula no siempre es verdadera y que, más bien, contribuye a “asustar” antes que a “orientar” positivamente a la población de una nación y, ahora -con el coronavirus-, de todo el mundo.

En definitiva, en momentos de crisis -como los de ahora con una salud pública global puesta en jaque-, también, se ponen a prueba valores comportamentales como la “solidaridad” del ser humano que, pensando en acciones orientadas a hacer el bien a los demás -idea central sobre lo que es la ética aristotélica-, lamentablemente, en estas circunstancias difíciles, más bien, se ha ido activando -en determinados casos- la “creatividad al servicio del mal”; en donde ciertos “sapos” -aprovechándose del pánico social producido por el predominio de la acción reactiva y no proactiva- buscan ganar dinero inventándose formas de especulación y de estafa con productos con sobreprecio o, simplemente, por la desesperación de la gente por comprar ciertos productos -mascarillas, geles antisépticos, vitaminas para mejorar el sistémico inmunológico, desinfectantes de hogar y oficina, etc.-, proceden a vender productos falsificados que, al final, pueden, más bien, ocasionar serios daños a la salud de quien los compró y usó.

Otro ámbito de análisis -en cuanto a su alcance y enfoque de incidencia funcional- que, también, está siendo puesta a prueba, con el coronavirus, es la “globalización” que, en los últimos años, ha sido objeto de muchas reflexiones y estudios en donde se han venido presentando posiciones de que, ese estado situacional de funcionamiento del mundo, parecía invencible en cuanto a su avance y poder de ir integrando a todos los países del mundo bajo patrones de comportamiento único; pero ahora, más bien, se puede apreciar que, antes de la invencibilidad, parecería que se está imponiendo un carácter de vulnerabilidad -con alcance global- evidenciado cuando, frente a problemas como el “coronavirus”, la humanidad es testigo de ver cómo algo que se generó en un país determinado -la China específicamente-, de forma casi inmediata -por esos vasos comunicadores activados por los viajes de negocios y turísticos realizados-, es capaz de propagarse a gran velocidad por los demás países, poniendo, así, al mundo entero -como se está palpando- en una situación de emergencia global que, independientemente del grado de desarrollo, afecta a los países sin distinguir su nivel socioeconómico.

Es decir, ahora -en medio de una globalización que venía con una tendencia en auge-, queda en evidencia que nadie está exento de que lo que ocurra en cualquier rincón de mundo también le afecte en mayor o menor grado; con lo cual, a partir de los aprendizajes que dejen los actuales escenarios de salud pública global, se deberán definir -pensando en un futuro mejor de la humanidad- formas de convivencia humana -en interacción con los otros seres vivos: animales y plantas- que tiendan a considerar el carácter de expansión veloz de vulnerabilidades que, también, está presente en una globalización que es una realidad, en medio de oportunidades y amenazas multidimensionales para todos los habitantes del planeta Tierra.

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