El exjefe de Inteligencia, Pablo Romero, finalmente fue extraditado a Ecuador y puesto en mano de la justicia. La noticia cayó como un balde de agua fría en la filas del movimiento del expresidente Rafael Correa, que está en plena campaña electoral en redes sociales, sin que el Consejo Nacional Electoral haga nada hasta ahora.
La Senaín, dirigida por Pablo Romero, fue identificada como un especie de espejo de lo que fue la central de inteligencia de Alberto Fujimori, a cargo de Vladimiro Montesinos. Lo manejaba todo desde una casa ubicada en los valles incautada por el Estado durante el feriado bancario. Se movía con guardaespaldas; lo veía todo; administraba las comunicaciones; espiaba todo porque su objetivo, en el fondo, fue convertir a esa central en una especie de Staci, el departamento de inteligencia de la República Democrática Alemana retratada en La vida de los otros, una película dirigida por Florian Henckel von Donnersmarck.
Vivió una vida de película, conoció la vida de muchos y tan ocupado se pasó en esa vida que nunca se enteró de la existencia de un tal Guacho que comenzó a manejar todas la rutas del cartel de Sinaloa mientras las FARC firmaban la paz con Juan Manuel Santos en La Habana.
Pablo Romero se creyó intocable y desde esa posición comenzó a amenazar, a descargar sus culpas en España, mucho más con Pablo Iglesias en La Moncloa. Alguien le ofreció inmunidad, tal vez la misma persona que ha ofrecido inmunidad a una serie de personajes que llegaron a soñar con el poder eterno, porque les ha prometido volver; volver a controlar todo el aparato estatal; volver a imponer las superintendencias para vengarse sin odio, pero con memoria. ¿Vengarse de quién o de quiénes?
Pablo Romero es un símbolo de una década oscura, de imposiciones y arbitrariedades, de manejos de los fondos estatales como haciendas privadas.
Ahora está en una prisión.