El mundo actual demanda de los Estados una política exterior profesional, diseñada y llevada a la práctica en función de los intereses nacionales, que a la postre son los de cada uno de los ciudadanos. Todo lo que se concreta en la arena internacional está relacionado y repercute en la realidad interna. La política exterior ecuatoriana ya no es funcional a un partido político ni a un gobierno en particular, lo que resulta esperanzador para el progreso, la democracia, los derechos y la dignidad.
Con el Gobierno anterior retrocedimos en esta materia, perdimos tiempo y dinero en el afán de alinearnos con regímenes cuestionados y construir una imagen internacional falaz; se buscó perennizar un modelo político que ha fracasado estruendosamente afectando a millones de personas, Venezuela es un ejemplo de esto. Países de renta media, como Ecuador y otros menos desarrollados, carecen de herramientas suficientes para enfrentar algunos retos del presente. Las relaciones internacionales se hacen con diálogo, acuerdos, cooperación e integración para desarrollarnos y luchar contra los males de la humanidad, como guerras, dictaduras, corrupción, destrucción del planeta y violaciones de derechos, por esto nos esforzamos en cumplir compromisos internacionales; impulsamos relaciones que facilitan intercambios comerciales, científicos, tecnológicos; cuestionamos al régimen de Maduro y otros totalitarismos; trabajamos por una movilidad humana con dignidad; nos sumamos a la lucha contra el narcotráfico, lavado de dinero y delitos de lesa humanidad; tomamos medidas respecto a paraísos fiscales.
La diplomacia y las relaciones internacionales en función de los intereses nacionales benefician a la sociedad; vamos por buen camino, por esto, con su profesionalismo la política exterior ha de tener peso diferenciado en la política pública, pues todo lo que se hace en ese ámbito produce efectos que, sobre todo, deben ser positivos para el país. (O)
Texto original publicado en El Telégrafo