A estas alturas de 2019 vale hacer un esfuerzo para desintoxicarnos de noticias y eventos causados por la mala política que prima en la región sudamericana. Reflexiono sobre lo que significa ser estudiante en un período del mundo en el cual la lógica globalizadora del capital, con todo lo cuestionable que le es inherente, se ha impuesto; cuando reina la incertidumbre y tecnologías disruptivas nos mueven el piso; en circunstancias donde el poder -a menudo amoral y desenfrenado-, poco acierta en su misión primordial de servir al ciudadano para construir sociedades óptimas para todos. El estudiante del Ecuador de hoy no es el de hace apenas diez o veinte años; imaginemos cómo debería ser.
Todo estudiante debe tener educación cimentada en valores y principios universales, cualidades infaltables para guiar la interacción y convivencia con los demás, pero también con lo que nos rodea; en ciencias diversas para conservar el rumbo ante la mentira y desinformación, para asumir nuevos retos y enfrentar problemas actuales. Esto se complementaría con lecturas sublimes creadas por el intelecto, para conocer, razonar, pensar críticamente, imaginar, innovar y crear; Ética, Filosofía, Historia, Letras, Arte, entre otras, no pueden faltar en la educación.
El estudiante debe contar con los mejores docentes, además con instrumentos suficientes para pensar y ubicar la verdad de las cosas; tendría así lo más valioso de la experiencia humana, el aula y la pizarra, pero también tecnologías de punta para investigar, interactuar, conectar con la realidad y comunidades diversas.
La educación no cae del cielo, es el Estado sobre todo, el que debe dar al estudiante la importancia que merece alineando políticas, planes, proyectos y recursos económicos con los grandes propósitos y demandas de una sociedad de nuevo cuño, esto es, informada, dinámica, consciente de la época, humanista, solidaria, con identidad e inclusiva, con sentido claro. (O)
Texto original publicado en El telégrafo