En la mañana del 8 de octubre, cuando parecía que el intento de golpe de Estado consummatum est, tras la entrada de una marcha de las comunidades indígenas del norte de Ecuador, la noche anterior, escoltada por buses y volquetas que representan el poder de la transportación, el expresidente Rafael Correa apareció triunfante en un video colgado en sus redes sociales donde decía que se había equivocado con Lenín Moreno (él pone presidentes), pero también no se había equivocado al decir que todo era cuestión de tiempo porque los días de gloria, sus días de gloria, volverían (él saca presidentes).
En pocas palabras, pedía adelanto de elecciones, un intento de desestabilización del Gobierno, para recuperar el poder y dejar libre a Jorge Glas, sentenciado por asociación ilícita en la trama de sobornos montada por la constructora brasileña Odebrecht. Glas para él sigue siendo un preso político porque él lo dice. En el escenario aparecía con terno y sin corbata, una bandera del Ecuador atrás junto a cuatro ventanales desde donde se divisaban edificios tipo departamentos. La cámara no dejaba de moverse durante toda su intervención. Algo falló con el telepronter, pero al parecer le gustó tanto su entonación del Hasta la victoria siempre, que lo pasó.
El video, por supuesto, circuló a una velocidad vertiginosa en esa red de redes creada por su entorno con una serie de medios digitales que funcionan como sus cajas de resonancia. Todo venía precedido por una campaña de sus más íntimos allegados con acusaciones contra el Gobierno por haber señalado al correísmo como responsable de un intento de golpe de Estado y haber minimizado la participación histórica del movimiento indígena. Sí, del movimiento indígena al que durante diez años no se cansaron de acanallar y llevar a tribunales por haberse atrevido a protestar contra Correa. Enjuiciados por terrorismo, perseguidos y golpeados.
“Saraguro, madrugada del 7 de octubre: Mientras el seudo ministro de defensa #Jarrín habla de “guerra”, el Pueblo Indígena devuelve el gas convertido en morocho!”, se escribe desde una cuenta de Twitter replicada por el expresidente. “Este video, para mí, lo dice todo, y demuestra lo que está en juego: un país para las elites de siempre, o una Patria para todos. Es momento de una gran unidad, con todos, menos los cómplices de Moreno” (sic) escribía el mismo expresidente en su cuenta de Twitter la noche del 7 de octubre, con fotos de la movilización indígena y una foto de las protestas en su contra en la avenida Shyris, en Quito.
“@CONAIE_Ecuador Denuncia al mundo excesivo uso de la fuerza pública en la provincia de Imbabura. Los hechos ocurrieron este domingo en la Parroquia La Esperanza. Policías y militares ingresaron a viviendas y terrenos con caballería, vehículos blindados, informaron” (sic), escribía en su cuenta de Twitter ese mismo 7 de octubre, Marco Bravo, exfuncionario del gobierno de Correa.
La exgobernadora de Esmeraldas, Paola Cabezas, ponía un supuesto perfil del ministro de Defensa, Oswaldo Jarrín, como una persona “entrenada por el Mossad, sionista, más peligroso que la CIA”. El 6 de octubre, en la cuenta de Twitter de La Kolmena, al que Correa califica como un grupo de muchachos geniales, se escribía: “¡En la lucha del Pueblo nadie se cansa! Saludamos a nuestro hermano pueblo indígena, ejemplo de organización y disciplina. Unidos en la diversidad, ¡Venceremos! Muchas luchas y un solo corazón, llamado Ecuador”.
“Lo que no informa la prensa corrupta. Ecuador es un caos, gracias al paquetazo de Moreno. Indígenas hoy se tomaron el poder. Se apoderaron de la gobernación de Bolivar”, se escribía el 7 de octubre en una cuenta de Twitter de La República del Banano, ligada al correísmo. Consummatum est, parecía ser la consigna. Era el prolegómeno del video del expresidente colgado en su cuenta de Twitter la mañana del 8 de octubre, con el rostro triunfal por el supuesto regreso de sus días de gloria.
Los videos de radio Pichincha Universal, de la Prefectura de Pichincha, controlada por Paola Pabón, eran replicados inmediatamente por el expresidente. “¡Golpeando a un adolescente! ¡Qué les pasa! Los culpables deben ser enjuiciados, y el Estado deberá responsabilizarse y compensar a la familia del joven, aunque el trauma de tanta cobardía nadie se lo quitará. ¡Qué te han hecho, Patria!”, escribía Correa el 7 de octubre. Ya comenzaba a ofrecer reparaciones, a volver a creerse la historia de que el Estado era él.
Cerca del mediodía del 8 de octubre, desde la cuenta de Twitter de la Conaie se comenzó a tachar con el sello de OPORTUNISTA todos los mensajes en Twitter que alababan la lucha del movimiento indígena de personajes como Gabriela Rivadeneira, Virgilio Hernández, Marcela Aguiñaga y demás operadores del aparato de propaganda en la época del correísmo.
La reacción no pudo ser más inmediata. Igual que en las épocas doradas del correísmo, los indígenas no eran los indígenas sino las bases, unas bases sin nombre y apellido, porque supuestamente esas respaldarían el regreso al poder del expresidente Correa, tras dos años de ausencia y de encerrona en un ático de Bélgica. Los demás eran solo dirigentes que no representaban a nadie. La Conaie pasó a ser la nada en la llamada revolución de los zánganos… de Twitter, solo porque dijo deslindarse de la plataforma golpista del correísmo.
“Ningún correísta los ha mencionado- realmente los oportunistas son ellos. La CONAIE hace tiempo le hace el juego a la derecha y comparte la misma plataforma entreguista del gobierno. Son un puñado de dirigentes que ahora tratan de reivindicarse con las verdaderas bases indignadas”, escribía en su cuenta de Twitter un exfuncionario de la Secom de la época del correísmo, un mensaje replicado por el expresidente Correa.
“Respeto al movimiento indígena sin duda, no a sus dirigentes, han gobernado con Moreno hasta hace unos días, no lo olviden, les sugiero aclararle esto al gobierno que es el que insiste en ese relato!!! O la dirigencia de la conaie está con Moreno?” (sic), escribía el abogado del expresidente Correa, un mensaje también replicado en su cuenta.
Ese mismo día, otro medio digital ligado al correísmo, divulgaba una supuesta entrevista con el expresidente donde supuestamente explicaba por qué el retiro de los subsidios a los combustible en Ecuador no era técnico, pese a que él mismo había recomendado a su amigo Nicolás Maduro, días atrás, su eliminación en Venezuela.
“Es el momento de la unidad”, decía después de acusar a Pachakutik y al MPD de venderse por un plato de lentejas. “Con todos, menos con los cómplices de Moreno”, insistía. “Moreno está acabado, como le pasa a todo traidor tarde o temprano. Otto, muchacho desconocido nombrado por las élites solo por ser de “buena cuna”, no tiene ninguna legitimidad para gobernar. Nadie lo eligió. Ya piensen en ECUADOR, y llamen a elecciones”, escribía en su cuenta de Twitter el expresidente en sus horas de mayor agitación.
Con el paso del tiempo del ataque pasó a la defensa. De la agitación al intento de convertir en víctimas a quienes intentaron liderar el caos y fueron puestos a órdenes de la justicia. Sus otras víctimas, porque él mira todo desde lejos. Volvería solo si estuviera seguro de que regresaba al poder.
“Toda mi solidaridad para Yofre Poma, asambleísta de Sucumbíos, detenido el día de ayer con el prefecto de la provincia y 8 ciudadanos más, sin que se haya respetado su inmunidad parlamentaria”, escribió quién socavó la inmunidad parlamentaria de Cléver Jímenez para hacerlo perseguir hasta por la selva.
La ilusión de la vuelta de sus días de su gloria se fueron apagando. Del escenario donde grabó su video para anunciar su triunfal regreso pasó otra vez al del ático en una entrevista con CNN al final de 8 de octubre. Siete países, al igual que la OEA, se habían pronunciado en contra de una ruptura del orden constitucional en Ecuador. Nicolás Maduro, tan firme en el apoyo a Correa, usaba su bigote para intentar banalizar su apoyo al derrocamiento del Gobierno ecuatoriano.
Tal vez tarde se dio cuenta de que sus días de gloria solo eran pasado presente, como diría Agustín de Hipona. Aunque en el camino haya dejado todas las huellas de su ansiedad de poder. Consummatum est.