Conmemoramos cuatro décadas del retorno de nuestro país a la democracia; con la elección de Jaime Roldós como Presidente Constitucional de la República en 1979, inauguramos una nueva época de la historia nacional.
Vale el intento de aquilatar lo que la democracia representa para la convivencia social, pero en general, las personas tienen una vaga idea de lo que aquella representa y de su valor intrínseco para hacer realidad beneficios del ciudadano de a pie, pues, modernamente, la democracia funciona como condición esencial para materializar caros objetivos de la comunidad organizada políticamente.
La democracia es una forma de establecerse en el marco de un sistema político que antepone el papel y los intereses del pueblo a los de la autoridad de turno, para lograr una convivencia pacífica, con dignidad; requiere que muchos elementos funcionen en equilibrio perfecto y continuo, gracias a una cultura social que comparte valores, principios y reglas esenciales.
No se vive en democracia si pese a la existencia de una Constitución garantista, y de elecciones periódicas, prevalece el ejercicio concentrado del poder, de tal manera que se sobrepone regularmente tanto al órgano parlamentario, anulando a las minorías y su lucha de reivindicaciones; como a la justicia, persiguiendo contradictores y sembrando impunidad; tampoco se vive en un régimen democrático si ante las demandas del pueblo, a este se le niega la participación, así como los derechos y las libertades sustanciales.
Un Estado falaz es una organización carente de democracia.
Nuestra tarea es reconocer el valor de la democracia y rechazar totalitarismos encubiertos; también tenemos el deber de cuidarla y fortalecerla como medio para construir un futuro compartido en el cual el poder sirva y responda, sobre todo, al ciudadano.
La democracia vale hoy por lo que representa para cada quien y en clave colectiva, en el horizonte de un futuro de paz, con certeza y seguridad.
(Publicado en El Telégrafo, 11 de agosto de 2019)