Solo en Ecuador, unas 600 mujeres murieron víctimas de la violencia machista desde 2014 hasta 2018. En ese año hubo unos 88 femicidios, según el mapa desarrollado por la Fundación Aldea, el Taller de Comunicación Mujer, la Comisión Ecuménica de Derechos Humanos (Cedhu) y la Red de Casas de Acogida.
El femicidio está definido como un delito contra el bien jurídico de la vida de una persona natural, de carácter muy específico: matar a una persona de sexo femenino. Es la prueba palpable de la existencia de relaciones inequitativas, desiguales y basadas en el poder.
Según un informe de la Comisión de Transición Hacia el Consejo de las Mujeres y la Igualdad de Género publicado en 2010, la mayoría de muertes intencionales y violentas de mujeres fueron producto de relaciones de control y violencia.
En el nuevo Código Orgánico Integral Penal, que entró en vigencia en 2014, se introdujo el concepto de femicidio, en su artículo 141: aquella persona que incurriera en la infracción detallada tendrá una sanción de pena privativa de libertad que puede ir de 22 a 26 años, dependiendo de los agravantes, atenuantes y el caso en particular, como el ánimo de establecer o restablecer una relación afectiva con la víctima; haber existido relación familiar, sentimental o conyugal que implique confianza; cometerse en frente de hijos o familiares, y la exposición del cadáver en lugares públicos.
“Como consecuencia de los femicidios, 94 menores quedaron huérfanos, de acuerdo a los datos de los que se tienen registros. La Red informó que el 20% de los casos ya contaban con antecedentes por violencia y estaban bajo conocimiento de las instituciones públicas -dice el informe-. El 34% de los agresores emplearon armas blancas para cometer los femicidios, mientras que el 17% emplearon armas de fuego”.
¿Cómo detener la violencia contra la mujer? Ana Morán Ramos, de la Universidad Ecotec, asegura que el secreto está en el hogar donde el individuo inicia su proceso de adaptación y aprendizaje. “Dentro de este núcleo los niños son parte de un proceso que forjará su identidad y es precisamente lo aprendido en su núcleo parental lo que replicará en sociedad”.
Según Morán Ramos, actualmente vivimos en un entorno donde no se logra concretar espacios que garanticen a las personas igualdad, ni equidad. El punto nuclear del problema, asegura en un análisis publicado en DIALOGUEMOS, es que en pleno siglo XXI algunas familias continúan enseñando que las niñas son dóciles y complacientes, mientras que los niños son temperamentales y competitivos.
¿Por dónde empezar? Tal vez por compartir las tareas domésticas, como recomienda Ana Morán Ramos.