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El circo

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Un circo es un espectáculo, normalmente itinerante, que puede incluir a acróbatas, contorsionistas, equilibristas, escapistas, forzudos, hombres bala, magos, malabaristas, mimos, monociclistas, payasos, titiriteros, tragafuegos, tragasables, trapecistas, ventrílocuos, zanqueros y animales salvajes domesticados.

Pues es lo que el expresidente Rafael Correa hizo del actual Consejo de Participación Ciudadana y Control Social en su afán por recuperar el poder perdido y sacar a sus amigos, denunciados todos por actos de corrupción, de la cárcel. Es su pretexto para intentar forzar una Asamblea Constituyente y cambiar una Constitución que supuestamente iba durar los 300 años que deseaba a permanecer en el poder, porque el poder lo llevó a imaginarse eterno, como Mumm-Ra el Inmortal, tal cual Hugo Chávez. Eso para él significa recuperar la patria, a la que la confunde con él. Él, la patria, necesita ser recuperada, ser devuelta al poder para que este país llamado Ecuador pueda volver a ser su hacienda.

Y para eso se vale de consejeros que no hacen otra cosa que repetir sus letanías, cual tristes y penosos ventrílocuos. Personajes que creen haber conquistado el reino de Mumm-Ra gracias a unos cuantos votos que fueron suficientes para obtener una vocalía, por la intensa campaña del voto nulo.

Ellos ahora se desgañitan, se rasgan las vestiduras cual héroes de cualquier cómic hecho por un aprendiz de dibujante. Piden edificios más grandes, porque el actual no les cabe para sus egos. Correas chiquitos. Aprendices de dictadores a los que la palabra democracia les queda demasiado grande.

El circo en sus sesiones solo muestra que Correa perdió con esa pequeña parcela de poder obtenida con una inversión muy grande. Perdió pese a toda la inversión que hace todavía en sus medios, en sus redes, en sus revistas, en sus facebooks rusos. Perdió, porque ese espectáculo solo recuerda los diez años de espectáculos bochornosos que ocultaban el desfalco paulatino de los fondos públicos, de recursos obtenidos por los altos precios del petróleo y un endeudamiento agresivo e indiscriminado.

Ahí está el señor Tuárez y compañía para recordar de lo que salió el país, lo que fue y representó el correísmo para la soeidad, y a lo que no debe volver. Tiranuelos confundidos con personajes que se creen acróbatas, contorsionistas, equilibristas, escapistas, forzudos, hombres bala,  mimos, monociclistas, payasos, titiriteros, tragafuegos, tragasables, trapecistas, ventrílocuos…

Si desaparece el actual Consejo de Participación y Control Social nadie lo va a recordar. Si se le restan atribuciones, la sociedad ecuatoriana entera lo agradecerá. Cualquier cosa para evitar sentir como Petronio, el Arbiter Elegantiorum de Nerón, ese irresistible deseo de morir para evitar soportar nuevamente el canto que destroza los oídos.

“No puedo continuar avergonzándome de tu insignificancia, ni aunque pudiera lo querría -le escribió Petronio a Nerón, antes de desangrarse-. ¡No puedo más! Los ladridos de Cerbero serán para mí menos molestos que tu canto, aunque a él se parezcan; porque, al fin y al cabo, nunca fui amigo de Cerbero, no tengo motivos para avergonzarme de sus ladridos”.

 

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