José Mujica siempre fue la cara amable del socialismo del siglo XXI, con frases a veces irónicas sobre sus amigos que intentaron unos e intentan otros organizar dictaduras perpetuas a cuenta de que son representantes del pueblo, aunque tengan chefs, aviones y caravanas de vehículos para movilizarse. En ese mundo, Mujica llegó a ser como el antihéroe, con un pasado de militancia en la izquierda; alguien que en 1964 se integró a los Tupamaros, con el que participó en operativos guerrilleros, al tiempo que trabajaba en su chacra hasta que debió pasar a la clandestinidad.
Llegó al poder en 2010, en la etapa de clímax y decadencia del chavismo. Tuvo frases mordaces para Hugo Chávez aplaudidas hasta por los críticos de ese modelo de dictadura, solo porque tuvo la decencia de retirarse del poder y volver a su chacra en su volskwagen, a cultivar tomates.
Su vida austera fue aplaudida en un mundo donde los líderes del socialismo del siglo XXI necesitaban el Air Force One para gobernar porque necesitaban estar a la altura de los jeques árabes o de los líderes del imperio al que tanto atacaban. Nada de clase turista en vuelos comerciales, si los aviones oficiales no estaban disponibles. En ese mundo, para el resto de los mortales, Mujica fue un héroe, porque además hablaba de las ventajas del capitalismo, de un capitalismo como el chino, y criticaba de forma jocosa el socialismo del siglo XXI de Hugo Chávez.
Pero más allá de esas salidas, Mujica siempre fue de ese grupo. “Nunca hemos estado tan cerca los latinoamericanos como hoy -dijo en 2013 a BBC desde Caracas en el funeral de Hugo Chavez-. ¿Es autor Chávez de eso? ¿O también se puede interpretar que Chávez es una expresión notable de algo que nos viene pasando? Izquierda y derecha en América Latina no se podían sentar en la misma mesa. Y hoy lo más notable es que latinoamericanos de credos muy distintos políticamente es como si hubiéramos decidido empezar a caminar juntos y no repelernos por las diferencias. Algunas decisiones que tomó Unasur rápidamente en momentos medio dramáticos eran impensables en América Latina hace algunos años. Por ejemplo, cuando la tentativa de golpe de Estado que se produjo en Ecuador, rápidamente se juntaron todos los presidentes y hubo propuestas radicales por presidentes muy distintos. Eso era impensable”.
El pensamiento político de Mujica siempre ha estado ligado a esa forma de entender el poder, como una imposición de alguien o de una verdad, como el supuesto intento de golpe de Estado contra Rafael Correa en Ecuador. Entonces no es de sorprender que ante una pregunta de un periodista uruguayo sobre qué opinión le merecía la situación en Venezuela, donde dos tanquetas se lanzaron contra los manifestantes en Caracas, en la arremetida de Juan Guiadó contra Nicolás Maduro, haya respondido que nadie debe ponerse delante de las tanquetas.
“¿Qué opina sobre las tanquetas atropellando gente?”, preguntó el periodista uruguayo Leonardo Sarro de Radio Monte Carlo. “Que no hay que no ponerse delante de las tanquetas. (…) Si usted sale a la calle, se expone… El que maneja las tanquetas es…”.
Desde esa perspectiva, desde la de Mujica, la masacre de Tiananmén fue culpa de los estudiantes al igual que de la matanza de Tlateloloco, en México. El socialismo del siglo XXI no solo es capaz de hundir un país, sino también de reinventar la historia; de hacer de los actos de crueldad, actos de bondad; de la banalización del mal.