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El secuestro de Maduro

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Juan Guaidó sorprendió durante la madrugada del 30 de abril al firmar, en su calidad de Presidente interino de Venezuela, una amnistía a los presos políticos; acudir a la casa de Leopoldo López, sometido a arresto domiciliario, y reclamar su libertad con el beneplácito de la policía política del chavismo. Desde entonces todo fue un vertiginoso cambio de acontecimientos, cuyo panorama sigue sin estar claro hasta el momento.

Juan Guaidó y Leopoldo López lograron tres cosas en concreto en la madrugada del 30 de abril: movilizar a los venezolanos, a horas inesperadas; que las fuerzas militares se mostraran en público desmarcadas del régimen chavista, y que Nicolás Maduro se escondiera durante las largas horas de la sublevación militar, en las que la oposición pudo medir el apoyo real que tiene todavía la cúpula de las Fuerzas Armadas comprometida hasta la médula con el chavismo, no por lealtad sino por complicidad.

Lo del 30 de abril no fue un clásico golpe de Estado militar; se podría entender más como una avanzada para lograr una transición pacífica, una rendición del régimen chavista y del castrismo cubano que lo apoya. La prueba es un debilitado Nicolás Maduro que apareció en la noche para decir que solo eran 20 militares los sublevados, pero con armas de grueso calibre. Las pruebas presentadas eran videos que circularon libremente en las redes sociales. Es decir, su policía política o su inteligencia policial descansó en su día más trágico.

La actuación de la comunidad internacional ha sido prudente con el rechazo a una intervención militar extranjera, que hasta ahora solo ha sido reclamada por el régimen de Maduro al permitir el ingreso de estrategas militares cubanos y armamento militar ruso. Es difícil saber hasta dónde será capaz de llegar Maduro. Sus altos magistrados, sus fiscales y su poder constituyente brillan por su ausencia. Todos parecen golpeados en sus finanzas por las sanciones de Estados Unidos.

Maduro va cerrando su círculo y seguramente lo cerrará más, hasta el día en que deba dejar el poder.

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