Jorge Yunda ha dado de qué hablar desde el mismo 24 de marzo cuando anunció que se retiraba a su casa para esperar los resultados de las elecciones para alcalde de Quito, cuando todas las encuestas daban por seguro ganador a Paco Moncayo. Mientras el segundo tenía todo organizado para los festejos el segundo, al parecer, daba todo por perdido. Su triunfo, en un principio, fue interpretado como un triunfo más del correísmo.
Su triunfo también destapó lo peor de cierto segmento de la sociedad quiteña entre mutuas acusaciones de los candidatos que perdieron en la contienda, cada uno tratando de culpar al otro por permitir el triunfo de Yunda. Las redes sociales se llenaron de memes poco menos que insultantes. Se acusó al sur de la ciudad de imponer a Yunda como primera autoridad de la capital, como si el sur no fuera el polo industrial de Quito donde el empresario tiene una relación muy especial con el barrio, donde todavía se respira comunidad.
Su triunfo fue comparado casi como un chuchaqui generalizado, sumado al triunfo de Paola Pabón con algo más del 20% de la votación. Varios analistas pronto comenzaron a desanclar el triunfo de Yunda como un triunfo del correísmo, por una sencilla razón: Yunda tenía una agenda más allá de ponerse al servicio del expresidente Rafael Correa, ansioso por regresar al poder, tan ansioso que no escatima en recursos en una campaña contra el actual Gobierno, campaña por la que alguien, en su administración, ya habría sido llevado a los tribunales acusado de magnicidio o de intento de golpe de Estado o de terrorismo. Cualquiera de las figuras sirve.
Yunda pronto comenzó a captar la atención de quienes no se habían percatado de su presencia en el escenario electoral con propuestas como la de llevar el Estado Olímpico Atahualpa a la Mitad del Mundo para que un equipo juegue en el hemisferio norte y otro en el hemisferio sur del planeta. Y más todavía cuando sumó a su equipo de trabajo a Fernando Carrión, uno de los mejores urbanistas y planificadores.
Tal vez sin plan de trabajo inicial, ahora Yunda ha comenzado a marcar su agenda. Lo ha hecho al plantear eliminar la hora zanahoria, de corte moralista-correísta, por una hora borojó. Una propuesta en sencillo que plantea cómo volver cosmopolita a una ciudad. Hay muchos temas por resolver detrás, el principal el de la seguridad, pero en el fondo la idea plantea cómo tener una ciudad viva las 24 horas; cómo los ciudadanos pueden apropiarse de su patrimonio, de su territorio sin el miedo a ser asaltado a la vuelta de la esquina.
Vivir con miedo no es vivir, y una década de autoritarismo bien pudo haber enseñado a vivir con temor. La hora borojó no necesita estar relacionada con excesos o desenfrenos, sino con un nuevo concepto de ciudad. Si se me antoja ir a las tres de la mañana a hacer las compras en el supermercado, ¿por qué no puedo hacerlo? ¿Por qué un supermercado no me ofrece ese servicio?
El turismo, además, no abre a las nueve de la mañana y cierra a las seis de la tarde. Ni los ladrones solo esperan la noches o las madrugadas para robar. ¿Acaso el parque La Carolina y ahora también el Bicentenario no están repletos de personas que caminan, trotan, corren, hacen bicicleta o simplemente respiran el aire de las madrugadas quiteñas?