Pues lo previsible pasó. El oficialismo junto al correísmo, el Partido Social Cristiano, los independientes y Suma reunieron 107 votos para mantener el artículo 98 de las reformas a la Ley de Comunicación que mantiene su espíritu punitivo y que podrá ser resucitada por cualquier otro gobierno.
Una medida proteccionista, con el membrete de incentivo, para un sector, el de la publicidad, que en el país siempre ha estado dominado por multinacionales que subcontratan a pequeñas productoras que no terminan de despegar porque, por regla general, las grandes empresas pautan con las grandes agencias de publicidad. Es un círculo vicioso que muy lejos está de apoyar la producción audiovisual en el país, ni siquiera la de los comerciales.
El correísmo fue el primero en reivindicar esa ratificación del artículo 98 de la Ley de Comunicación como suya, porque después de todo la Ley de Comunicación en su conjunto es su obra, copiada de una similar que ya existía en Venezuela con el chavismo, y luego importada al Ecuador por el correísmo y a Argentina por el kirchnerismo. Los que defendían ese artículo en el fondo lo único que hacían es defender la tesis del expresidente Correa de que era el mejor gobierno del mundo solo porque no tenía punto de comparación gracias a su aparato de propaganda que pretendió encerrar al país entre cuatro paredes.
Así que la Ley de Comunicación, obra y gracia del correísmo, mantiene su espíritu punitivo y censor y no solo se mantiene sino que hasta ha ganado legitimidad porque varios grupos hicieron lo que Carlos Ochoa o los hermanos Alvarado hubieran deseado, defenderla con uñas y dientes. Para eso pusieron todo lo que podían ahí y por eso muchos sectores hicieron a un lado la vista cuando desde los medios tradicionales se advertía que la Ley era para dar al poder político el control de un elemento básico de las democracias, la información
Es el espíritu censor de una década que está ahí. Es el espíritu que pone a los empresarios de la comunicación en el lado oscuro y a los periodistas y trabajadores de la comunicación en el lado de los buenos que era el de los correístas. Y eso difícilmente se logrará borrar con unas reformas, como tampoco se podrá borrar la certeza de que el mundo es una especie de pañuelo. La globalización existe y ninguna ley ha podido obligar a un consumidor a consumir lo que no le gusta. Eso lo ha logrado solo Kim Jong-Un en Corea del Norte.
Además, el monopolio de la publicidad ya está en otra parte. Un influencer negocia directamente con la empresa y sus anuncios no van ya por medios tradicionales, sino por medios o aplicaciones a los que la mayoría de las personas en el mundo están conectados las 24-7 y que vienen en todos los smartphones.