Nicolás Maduro intenta aferrarse al poder con uñas y dientes. Es la única forma de garantizar la impunidad de una élite chavista que arrasó con los dineros públicos de una Venezuela cuyo PIB en 2012 creció un 5,6%, mientras que en el 2018 decreció un 18%. La hiperinflación cerró 2018 en 1,7 millones por ciento, según cifras de la Asamblea. Y el FMI calcula que en el 2019 llegará a 10 millones por ciento. En otras palabras, los venezolanos necesitarán cargar costales y costales de bolívares para comprar un huevo o la harina para las arepas.
Desde fines de 2015, el Banco Central no publica información sobre el Índice Nacional de Precios al Consumidor ni del Producto Bruto Interno. Pero según estudios especializados, desde que Maduro asumió el poder en 2013 el PIB ha caído un 50% y el salario mínimo se ha ubicado en siete dólares al mes.
La escasez de alimentos y medicinas ha llevado a un éxodo masivo de venezolanos. La ONU cifra en 2,3 millones de personas que salieron de ese país desde 2015. El índice de pobreza ya bordea el 80% de la población, según los últimos cálculos del Banco Interamericano de Desarrollo.
Pero la debacle no solo es culpa de Maduro, es necesario reconocerlo. El motor de todo este proceso de autodestrucción es atribuido al chavismo en general. Ricardo Hausmann, un economista venezolano del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, ubica los orígenes de la tragedia en 1999, con la llegada de Hugo Chávez al poder, quien arrebató a la sociedad venezolana sus derechos económicos al expropiar a diestra y siniestra empresas petroleras, de acero, de cemento, bancos, supermercados y seis millones de hectáreas agrícolas, todo con el fin de estrangular al sector privado.
Un factor jugó a favor del chavismo, los altos ingresos petroleros que le permitió aumentar las importaciones de los bienes que el país no producía y endeudarse a un ritmo galopante en los mercados internacionales, que empezaron a tener dudas sobre su solvencia entre 2013 y 2014, cuando cayeron los precios del petróleo.
El chavismo es un régimen tan básico que ni la bonanza petrolera fue aprovechada. Desde 1999 hasta 2013, en los gobiernos de Hugo Chávez, el autor intelectual de la tragedia en Venezuela, la producción de petróleo pasó de 3,7 millones de barriles diarios a 2,7 millones de barriles y este año se ubica en 1,1 millones, su nivel más bajo en los últimos treinta años, mientras que el personal de la petrolera estatal PDVSA pasó entre 1999 y 2013 de 40 mil trabajadores a 120 mil. Alimentar la burocracia y comprar lealtades en las fuerzas militares fue su estrategia para sostenerse en el poder. En 2002 Venezuela tenía 70 generales, esa cifra hoy bordea los 1.200.
Ya casi sin aliento, el chavismo ha vuelto a su discurso tradicional: culpar a unas élites fantasmas, ya sean locales o internacionales, de su desgracia mientras apela al supuesto apoyo que tendría entre los pueblos. ¿Qué entiende como pueblo? Pues como pueblo entiende a las élites de una rancia izquierda que todavía intentan convertir un proyecto fracasado en una esperanza de impunidad para unos líderes opacos, grises.
El chavismo se va sepultando de a poco con una oposición que tiene claro el panorama: no permitir a Maduro comprar tiempo, ni dejarlo jugar al cansancio y a la apatía de la gente, mientras reprime con todo los que tiene, sus colectivos armados. Ya van 26 muertos y centenas de detenidos. Salir de una dictadura nunca ha sido ni será fácil sobre todo con un populismo que apela a la soberanía cuando trata de defender su poder y a la supuesta solidaridad internacional, cuando busca apoyos para defender su manto de privilegios.
En su primer discurso, tras el primer fraude electoral que terminó por arruinar a Venezuela, Maduro dijo que solo entregaría el poder a un chavista o una chavista. Hoy su sueño de heredar su trono a su esposa o hijo se ve difuso. Porque los que se llaman representantes y encarnaciones de su pueblo (el pronombre posesivo, que hace explícita la propiedad, la cercanía o la relación entre una persona gramatical y un elemento gramatical, es su favorito), a largo de la historia, siempre comienzan a creer en la ficción de las monarquías. Arthur Evelyn St. John Waugh, conocido como Evelyn Waug, uno de los más agudos representantes de la literatura británica, retrató a la perfección a esos líderes en su novela Merienda de negros.
Es una historia que pasa en Venezuela, pasó en Ecuador donde quien fuera uno de los principales súbditos de Chavez, el expresidente Rafael Correa, se jacta ahora de ofrecer $40 millones a nombre de unos patriotas latinoamericanos sin nombre para mantener en el poder a Maduro, porque el exilio y la hambruna de millones de venezolanos le son ajenos, ahora que disfruta de los beneficios de haber gobernado y endeudado en miles de millones de dólares a un país.
Una deuda millonaria que la deberemos pagar todos los ecuatorianos que, a fin de cuentas, mantienen viva la esperanza de no volver a un proyecto como el chavista encarnado en los candidatos del partido de Iván Espinel, detenido por corrupción, que lidian en las próximas elecciones seccionales.