Lo ocurrido el viernes en una supuesta casa para la desintoxicación de personas con adicciones a las drogas y el alcohol, en el suburbio de Guayaquil, solo estremece. Fueron 18 personas calcinadas; 18 personas que vivieron una de las muertes más violentas; 18 personas que necesitaban ayuda.
“A las 15:00 de la tarde, yo estaba soldando en el tercer piso de la clínica. Le ayudaba al director del centro a construir el tercer piso. Allí iba a ser una sala de terapia, una cocina nueva y una sala de billar. Luego escuché que la gente que pasaba por la calle comenzó a gritar: ¡incendio! Bajé desesperado a ayudar a mis compañeros, pero la puerta estaba con candado. Cuando intenté abrirla, el humo que salía me ahogaba”.
Ese fue un testimonio recogido por diario El Comercio de uno de los sobrevivientes de esa tragedia, una persona con asma que se lamentaba por no haber podido ayudar a sus compañeros. No pude hacer nada, dijo. La impotencia retratada en un relato. Dijo que lloró al ver como sus amigos se quemaban. Un llanto lleno de impotencia, de dolor, de terror, de rabia al ver a sus amigos calcinados, sin rostros, sin piel.
Una investigación a fondo de estos llamados centros de rehabilitación corresponde a las autoridades. La Fiscalía investiga a cinco personas por secuestro y el gobierno ha ofrecido justicia a las familias de las víctimas, pero ¿cuántas clínicas más de desintoxicación funcionan en el país como una bomba de tiempo que puede acabar con la vida de más personas que solo reclaman ayuda?