Quito, sin duda alguna, en estos últimos años recuperó la dignidad que el anterior gobierno intentó quitarle en la última década, con un centro histórico amurallado, con tarimas montadas ad infininitum, por las que se pagaban grandes sumas de dineros públicos, y parlantes para reproducir a todo volumen canciones revolucionarias llenas de lugares comunes, como las revoluciones que defienden.
Quito apostó por un modelo que no suprimiera su identidad por un proyecto personalista que intentó convertirla en una ciudad vasalla, sometida al miedo, a la represión y al hostigamiento. Soportó durante años ese intento de dividirla entre buenos y malos, entre los malos que no se dejaban seducir por los cantos de sirena de la propaganda oficial y los buenos que hacían coro a la voz destemplada y chillona del ahora residente en Bélgica.
Fue un paso muy importante a la hora de salir de un proyecto de dictadura que paseaba su figura por sus calles en carros militares descapotables; una figura o unas imágenes salidas de las películas sobre el fascismo, con caballos que dejaban a su paso un intenso olor a bosta.
Quito fue protagonista de la primera gran derrota de ese proyecto de dictadura que ahora intenta reacomodarse con victorias pírricas, porque esos aires de libertad están en sus genes; en sus empinadas calles; en sus zaguanes; en ese pujante sur de la ciudad muy industrial, con empresarios fieles con su entorno; en ese centro colonial y arquitectónico que enmudece a propios y extraños, con tantas historias y tanta historia, y ese norte financiero y comercial, con sus nuevas plazas, sus nuevos lugares de encuentro de las familias y los amigos.
Quito siempre ha sido una ciudad joven con un tejido cultural que va reacomodándose día a día, que va reinventándose. Por supuesto que la ciudad tiene problemas, como todas las ciudades que crecen, que son polos de desarrollo y sobre todo son ciudades de disputas políticas, porque Quito también es uno de los más importantes centros políticos, ciudad de encuentros y desencuentros. Pero la ciudad siempre reconocerá cuáles son los aciertos y los errores de sus dirigentes, no solo locales sino también nacionales. Por algo es Luz de América.