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El incendio en el Atacazo acarreará consecuencias impredecibles para la ciudad de Quito

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El fuego en el Atacazo ha consumido 921 hectáreas en cinco días, según los reportes de la prensa. La comunidad está contrariada por la flora y fauna silvestre perdida. Sin embargo, la catástrofe en el Atacazo precisa una mayor reflexión. En primer lugar, se necesita comprender las causas del flagelo. En algunas ocasiones, la gente supone que los incendios se inician por pedazos de botellas rotas que son abandonados en el campo y que funcionarían como un lupa. Sin embargo, las condiciones que se deberían dar simultáneamente para que esto suceda son tan específicas, que resulta improbable que esta sea una causa importante para iniciar estos incendios.

Por otro lado, las tormentas eléctricas, que también podrían encender el fuego, son muy poco comunes en los meses de verano en los que la vegetación está suficientemente seca como para poder encenderse. En este contexto, lo más probable es que incendios como los del Atacazo se inicien por malas prácticas de gente que utiliza el fuego para cazar animales silvestres, como parte de prácticas agrícolas, o, en algunos casos por el uso del fuego para eliminar malezas o basura.

 

La otra reflexión tiene que ver con los tipos de ecosistemas que están siendo afectados por estos incendios. Por un lado, incendios como el del Atacazo, ocurren en ecosistemas de páramo. Es decir, afectan al ecosistema natural que domina nuestras montañas por encima de los 3200 m, aproximadamente. Por otro lado, también son comunes los incendios en los bosques de eucalipto, una especie de árbol introducido que es nativo de Australia y domina la mayor parte de los bosques que rodean al casco urbano de Quito. Por la naturaleza de estos ecosistemas, los efectos que sufren por los incendios son completamente diferentes.

Los páramos están caracterizados por una vegetación baja, con pajonales densos y con muchísimas hojas secas que sirven a la planta para protegerse del frío y del viento de las altas montañas. Pero al mismo tiempo, la materia vegetal seca hace que esta vegetación sea muy propensa al fuego cuando existe un punto de ignición. Además, la facilidad con la que se queman los pajonales y los vientos que predominan en el páramo, hacen que el fuego se propague rápidamente, haciendo muy difícil controlar los incendios.

Con respecto a los eucaliptos, Quito tiene un problema grave porque la ciudad está rodeada de bosques de esta especie exótica. Los parques metropolitanos del norte y del sur; las laderas del Pichincha, el Panecillo –donde también hubo un conato de incendio- y muchas otras zonas periféricas están cubiertas de densos bosques de esta especie que se adapta bien al fuego y que genera condiciones que promueven la propagación de los incendios. Los eucaliptos tienen varias características que promueven el fuego naturalmente. Por ejemplo, sus hojas están llenas de sustancias que evitan su descomposición en el suelo, haciendo que se acumulen formando grandes capas de hojas secas. Los eucaliptos también dejan caer periódicamente su corteza y muchas ramas que aumentan la capa de material combustible en el suelo. Finalmente, estos árboles crecen muy rápido para lo que tienen que extraer mucha agua del suelo, resecándolo y creando condiciones favorables para la propagación del fuego. De esta manera, mientras más tiempo pasa, los bosques de eucalipto se convierten en un ambiente cada vez más propenso a los incendios. Es casi como vivir en una caja de fósforos. Esos bosques están cargados de combustible que solo está esperando un punto de ignición. Y, una vez que se incendian, rebrotan en pocos meses, reiniciando su crecimiento en un terreno fertilizado por las cenizas y en dónde casi todas las otras especies han sido erradicadas por el fuego.

Al estar tan bien adaptados al fuego, los bosques de eucalipto se van a quemar. Más tarde o más temprano, pero lo harán inevitablemente. Desde esta perspectiva, la única alternativa segura y de largo plazo para la ciudad es recuperar la vegetación nativa -alisos, pumamaquis, chilcas, cedrillos- que ha sido reemplazada por los eucaliptos. La vegetación nativa es mucho menos propensa a estas quemas gigantescas que ocurren en cada verano y, además, constituyen un mejor hábitat para la
fauna nativa.

Pero quizás lo más grave es que la población muchas veces no entiende el impacto de los incendios sobre los servicios que recibimos de la naturaleza. Más allá de la mortalidad de plantas y animales silvestres, los incendios en ecosistemas como el páramo afectan a la integridad y la estructura de los suelos y, como consecuencia, afectan al reservorio de agua del que dependen nuestras ciudades. En Quito, por ejemplo, más del 85% del agua que tomamos viene de ecosistemas de páramo. Al quemar los páramos estamos contaminando y deteriorando nuestros sistemas de abastecimiento.

La mortandad de vida silvestre y de flora es importante, pero un incendio con las dimensiones del que ocurrió en el Atacazo, tiene secuelas mucho más graves, porque el fuego destruye la protección de suelo, genera erosión, y crea condiciones de alta vulnerabilidad para la ciudad si tomamos en cuenta que el invierno -junto con las lluvias- está a las puertas. La eliminación de la vegetación hace que el suelo se caliente y se reseque. Y esta disminución de humedad, unida a la erosión, hacen que el suelo pierda la capacidad de funcionar como esponja, es decir, su capacidad de absorber y regular el movimiento del agua.

Al Atacazo le va a tomar tiempo regenerarse. Hay especies que son más sensibles que otras. Los pajonales de los páramos pueden crecer rápidamente, en unos dos o tres años. Pero hay otras especies que no lo hacen tan rápido como las chuquirahuas, el romerillo y los árboles de papel… Con cada incendio corremos el riesgo de perder especies y quedar con un páramo dominado solo por pajonales, lo que no es una condición natural. El páramo es un ecosistema sensible.

Una vez que un incendio se inicia, las acciones de los bomberos y el personal de ayuda y socorro son necesarias pero completamente reactivas. Por ello, es preciso educar a la gente  a través de una campaña de largo plazo para que entienda la dependencia de la población hacia los páramos.

En términos de prevención, la educación a la población es la principal herramienta para combatir una catástrofe como la sufrida en el Atacazo. Estos temas incluso deberían estar en los currículos de Ciencias Naturales del sistema educativo del país con mayor fuerza. Además, los gobiernos locales deberían iniciar esfuerzos estructurados para  reconectar a la gente con el páramo. Es triste pensar que, hoy en día, la mayor parte de los ciudadanos ni siquiera sabe de dónde viene el agua que toma y la que se utiliza para la producción de los alimentos que consume.

 

 

 

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