La realidad siempre superará a la ficción. En Santa Marta, Colombia, una pareja pidió un Uber ya entrada la noche para ir a un motel. El conductor los recogió sin mayores inconvenientes. Esa noche había pedido a un amigo le dejará el automóvil para trabajar con la aplicación porque necesitaba completar un dinero para pagar una deuda.
Todo iba normal hasta que el conductor miró por el retrovisor y contempló a su esposa besándose con su otra pareja. En tiempos de machismos y femicidios es de agradecer que el tema no haya pasado de una acalorada discusión. Historias de Uber o de los taxis que son parte de la condición humana.
¿Coincidencias? El azar siempre está presente en la cotidianidad, aunque a veces forzada por las circunstancias, porque damos vueltas en el mismo círculo. Las historias se repiten, como el mito del eterno retorno de Mircea Eliade. El ir de A a B en línea recta sin pasar por C. La sensación de vacío de Borges.
Nicolás Maduro, por ejemplo, acosado por las sanciones de Estados Unidos contra su circulo más íntimo, con golpes directos a sus finanzas, incluidas las de la revolucionaria mayor, su esposa Cilia Flores, hasta la mañana del mismo martes 26 de septiembre no confirmaba su asistencia a la Asamblea General de la ONU en Nueva York. Que temía por su vida, había dicho a un periodista al que amenazó, amedrentó y trató de minimizar desde su categoría de Presidente que tiene derecho a no responder a los que no están a su altura. Nadie podrá estar a su altura moral o ética, ni siquiera una hormiga.
Pero una sola leve insinuación de Donald Trump de que podría reunirse con Maduro para abordar la crisis humanitaria de Venezuela fue suficiente para que el Presidente se montara en su avión (tiene avión mientras sus ciudadanos huyen del infierno creado por él a pie, en carretas, en sillas de ruedas, en lo que sea) fuera raudo y veloz a Nueva York a decir que pese a las insalvables diferencias con el imperio estaba dispuesto a sentarse con Trump para abordar los problemas regionales, ni siquiera la crisis humanitaria de Venezuela, sino los problemas regionales.
Los problemas de los otros serán siempre una justificación cuando intentamos resolver nuestros problemas. Un expresidente residente en Bélgica con orden de prisión preventiva, por ejemplo, todos los días quiere resolver los problemas de millones de personas, del mundo entero y del universo de paso, porque es la única forma que ha hallado de no proyectar en el espejo de su realidad sus problemas que son bastante terrenales por sus actos también bastante terrenales y egocéntricos. Cree que todo es cuestión de tiempo.
Son problemas muy parecidos a los de una asambleísta que, lamentablemente para ella, tendrá que enfrentar a la justicia terrenal por haber creído que la justicia todavía estaba dominada por la justicia que creía divina, la de las interminables sabatinas llenas de odio y desprecio por el otro, como entendía al otro Todorov.
Es como si nunca nadie se hubiera puesto a reflexionar sobre la frase de ese joven entrevistado en Guayaquil sobre su futuro, un futuro que veía solo con harta demencia. Pero cuando hay dinero de por medio, cuando hay ambición de poder de por medio, cuando hay apropiación de recursos públicos de por medio, cuando hay una violación sistemática de los más elementales derechos humanos de por medio, no hay harta demencia, solo hay harto cinismo, harto delito, que es mucho más que un fraude procesal.